Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
48 – magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes sus historias y memorias. La de Cristina Zárraga quien en las memorias de su abuela yagán, Cristina Calderón, le pregunta “si ella era la última yagán, −Claro que no−, me respondió, −no soy la única ni la última−” (Zárraga, 2016: 147). Por todos aquellos que, como la kuluana o abuela yagana , ans an otras formas de representación que no nieguen su existencia ni denigren su cultura repitiendo los mismos discursos del ocaso y agon a de las etnias. Como rescata Montserrat Sagredo en su libro Aïná (2019), voz selk´nam que quiere decir “véalo, all está” (s.p.), esta es una hermosa forma de homenajear a una estirpe que no se ha extinguido y cuyo arte y lengua se manifiesta podero- samente en nuestros d as. Precisamente hoy, el estallido social de octubre de 2019 ha provocado que nos volvamos a ver al otro y pongamos en la mira al discurso hegemónico. Como se titula otro de los libros de Didi-Huberman, Arde la imagen (2012), en mu- chas de las imágenes que nos llegan a través de las redes sociales y de la TV, más bien debajo de estas, en sus cenizas que siguen ardiendo después de la transmi- sión, se asoman los cuestionamientos a los espacios habitados por ese discurso consensuado de antaño. En estos momentos de convulsión y cambios vemos bustos, atrios, monumentos intervenidos/transformados/resignificados; vemos las cabezas cercenadas de los prohombres y gobernadores de la época en que se cometió el genocidio ind gena −José Menéndez, Manuel Bulnes, entre otros– expulsadas del entorno al que pertenecieron. Ahora las estructuras de concreto sólido que las sosten an se disponen para recibir en su lugar la imagen del otro ind gena: su rostro. Es un acto que busca repensar la construcción simbólica del valor patrimonial en tanto signo discursivo (Mege, 2016) perenne que, en la coyuntura nacional, nos hace preguntarnos si estos pueblos alguna vez “sin nombre” (Bentivegna, 2018: 20) dejarán de ser monumentalizados como parte de “una serie de discursos sociales en torno al lugar de los ind genas en la confi- guración de un imaginario posible para las distintas naciones de América Latina” (Bentivegna, 2018: 20) y pasarán a ocupar, por derecho propio, el lugar que les corresponde como parte del espesor cultural que cada nación tiene, en un acto de sentida justicia social. Todav a se pone en tensión una idea de paso sobre nivel respecto de la me- moria del genocidio ind gena; hay un silencio de la sociedad; una ceguera ante los descendientes. Para que el abedul de Gabriela Mistral se siga levantando recto y responda al carácter de homenaje que la escritora parece otorgarle, hagamos un acto de re- conocimiento y sembremos otras especies en esta tierra y desechemos cualquier noción de esterilidad que le es ajena. Hagamos crecer una conciencia robustecida
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