Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
El abedul en tierra yerma – 39 dos a medias, sepultados en la ceniza por los miembros del Sonderkommando. (Didi-Huberman, 2014:14). Tiempo después de esta lectura, me encuentro con la noticia en la web que destaca la participación del Presidente en la plantación de árboles en Punta Are- nas, actividad realizada para celebrar los casi 500 años del Estrecho de Magalla- nes… 500 abedules, para ser exactos; es 2018. En la oportunidad el Mandatario señala que se trata de una especie capaz de resistir condiciones climáticas extre- mas con una gran fortaleza; misma resistencia que demuestran los magallánicos. No deja de asombrarme la persistencia de esa imagen que todav a hoy perdura: somos sujetos templados, fr os, corajudos. Es la etiqueta del pionero que le pue- de caer a cualquiera y que a estas alturas desentona con el reconocimiento que hacemos de otros que viven situaciones dif ciles, pero similares a las nuestras; lo que nos aparta son las coordenadas geográficas, no el carácter. Al abedul nuevamente. En 2015 Punta Arenas celebra los 70 años del Premio Nobel de Gabriela Mistral y veo, otra vez en la web , a un grupo de pequeños que danza alrededor de un abedul que la poeta y sus alumnas del Liceo de Niñas plantaran en una céntrica calle de la ciudad. La nota rescata las palabras del histo- riador local Dusan Martinovic, quien recalca que el árbol tiene más de 90 años, que es una suerte de memorial que recuerda a la maestra y que, visto as , evade la monumentalización. El sentido de plantar este árbol, que valga decir es endémico de Europa y Norteamérica, fue al parecer para Mistral una suerte de retribución a la ciudad. Para 1918, Punta Arenas era una ciudad en crecimiento, con una población for- mada principalmente por extranjeros migrantes. Mistral estrió el terruño para sembrar conocimiento y “chilenizar”. El abedul de esta manera vino a representar la posesión de una zona geográfica supuestamente bald a; una región claroscura. Recordando el trabajo de Magda Sepúlveda, Somos los andinos que fuimos (2018), ese árbol pudo formar parte del monumento poético que Mistral quiso levantar para honrar a los ind genas, v ctimas del genocidio de la Patagonia austral. Un canto fúnebre que eleva las voces fantasmas de estos muertos que, en tanto signo, han sido eliminados por las “isotop as de lo blanco” (Sepúlveda, 2018:44): blan- queados, palidecidos. De igual forma se opera con el territorio; se debe despejar para erigir progreso, porvenir. El abedul llegado del Viejo Continente represen- ta igualmente la conquista. De acuerdo a la autora, la poeta crea el neologismo trascordada para referirse a la devastación humana en el territorio austral: “La “trascordada” permanece en luto permanente por ese grito doloroso que escuchó y que la dejó situada en el territorio chileno, aunque viaje” (Sepúlveda, 2018:56).
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