Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
Introducción – xxvii se despliega la rica serie de registros y representaciones de los pueblos fueguinos en el marco de cierto imaginario náutico y etnográfico francés desde el siglo XVI a mediados del XX, serie extendida entre “el mito del hombre primitivo” y el mas contemporáneo del “cazador recolector ‘puro’”, o entre “el mito de una sociedad utópica ideal, que representaba la inocencia primitiva del hombre ‘salvaje’ en un para so perdido” y su versión actualizada en términos de un modelo de equili- brio “ecológico”. Mientras que Oscar Barrientos, por su parte, expone la imagen literaria y en cierta forma invertida que a principios del siglo XVII el obispo an- glicano Joseph Hall pintaba de la Terra Australis Incognita en una sátira moral destinada a mostrar, como su t tulo lo indicaba – Mundus alter et idem o “Un mundo distinto pero igual”– la global distribución de los vicios humanos (vicios de los que hac a una especie de inventario) por toda la superficie del mundo, aun (y sobre todo) en ese, uno de sus parajes más recónditos. En esta misma l nea, otra proyección recurrente, proyección de origen mi- sional y heredada por una larga tradición etnográfica, tiene que ver con cierta comprensión teológica de la cultura, por la cual la identidad étnica parece inse- parable de un conjunto, o incluso de un sistema de creencias en seres espiritua- les, comprensión que muchas veces parece responder más a una creencia de los mismos misioneros o etnógrafos que a la de los “nativos” (Menard). Una ilus- tración paradigmática de lo anterior nos la da Oscar Aguilera al explicar cómo cierto ente espiritual kawésqar, Mwono , presuntamente identificado en los años cincuenta por el antropólogo y arqueólogo francés Joseph Emperaire, tiene en realidad muchas chances de responder a uno de esos mal entendidos generados por dicha pulsión teológica y la consecuente miop a con que afecta a los etnó- grafos enfrentados a los ate smos vernáculos: “Emperaire –escribe Oscar Aguile- ra– aprendió bastante kawésqar durante su estad a en Edén, pero no dominaba la lengua. Mwono lo interpretan los hablantes como una deformación de mána nada , absolutamente nada . Si Emperaire preguntó qué hab a o quién habitaba en los ventisqueros, probablemente le contestaron eso: nada, no hay nada”. Bascopé por su parte, va más allá, y postula la constancia de un ate smo generalizado entre las naciones fuego-patagónicas, ate smo “más antiguo y estable que cualquiera de las logias masculinas”, que la antropolog a se ha empecinado en elevar al rango de quintaesencia teológica y espiritual de sus culturas. De esta forma instala la urgencia de tomar en cuenta la dimensión histórica y pol tica que dichas proyec- ciones espirituales tienden a ocultar, dimensión que justamente permite releer esos famosos ritos de iniciación masculina (como el kloketen selk’nam o el kina yagán) ya no como herencia de profundas tradiciones ancestrales, sino que como efectos de la presión que sobre las masculinidades locales ejercieron los procesos
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