Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
Cantos de venganza, bailes de menarquía y cámaras masculinas – 211 Enrique también figura como doctor “fueguino” (Musters, 1871; Moreno, 1879), previamente cautivo y trilingüe. Enrique es un doctor autoidentificado como “guaïkaro” en otros dos registros (Lista, 1895 y 1896), en uno de los cuales informa un vocabulario guaïkaro 6 . Guaïkaro o guaykurú es un gentilicio despectivo en lengua guaran que se traduce como “sarnoso”. Con la invasión cristiana, guaykurú devino un gentilicio para agrupar a distintas naciones del Chaco (Richard, 2008: 38, cuadro 1). En el estrecho de Magallanes, guaykurú designa a gente de canoa cautiva entre los equitadores de la nación aonekkenk. As como el doctor Enrique, la cautiva o cautivo se ocupará, eventualmente, de las actividades curanderiles. Entre los teushen (nación de lengua chon) vive Callipai, “joven huaicurú, de horrible figura y que viv a en la tolder a. Vendida por su padre, reducida a la esclavitud en un malón, hab a venido a la tolder a con la primera mujer de Inaka- yal, su dueña” (Cox, 1863: 206). Una denominación alternativa para estos cautivos es zapoliens, supalios o zapallos (Martinic, 2005: 834). El préstamo aqu parece venir de la lengua guara- n , en la que payé refiere una potencia mágica. O bien del kichwa donde supay se narra como “diablo o duende” (Vidal de Battini, 1984: 387). En la frontera menárquica el tráfico de cautivos se suplementa con un tráfi- co lingü stico notable, del que dan cuenta los vocabularios de las naciones que conocemos. Como si fuesen piezas mal envueltas, en estos documentos a veces no coincide la lengua con el pueblo al que se asocia el vocabulario (o algún seg- mento del vocabulario). 6 “Yo fui un guerrero respetado, mi mujer era linda y ágil en las marchas, mis hijos no tenían iguales en valor y riqueza. Nunca faltó en mi morada un buen trozo de grasa para comer, ni la red de pescar ni las flechas ni los arcos, ni las piritas para hacer fuego ni las vistosas plumas del cóndor para adornar mi cabeza en los días de regocijo […] En la tribu se me tenía por hom- bre sabio y hasta los ancianos solían consultarme en las horas de duda o de peligro. Yo había aprendido a conocer las yerbas de los bosques y por largos años supe utilizar algunas contra los malos espíritus [¿?] que se introducen en el estómago y en el corazón. […] Hoy me llaman doctor Enrique… Un día se enfermó la mujer del cacique. Daba miedo verla, se retorcía en el suelo, lanzaba gritos espantosos como si ladrara, echaba espuma por la boca y con sus manos se hería los brazos y las piernas. Estaba muy fea, fea, como los que van a morir. Yo no sabía qué hacer… y el cacique no apartaba sus ojos de los míos. ‘¡Dale remedio!’ me dijo y me miró con expresión de amenaza. Yo busqué entonces cierta yerba que crece sobre los árboles podridos y ya casi muertos y reduciéndola a finísimo polvo, lo puse en los labios de la enferma. ¡Oh! ¡Qué sorpresa en los hombres y en las mujeres que se agolpaban en torno a la choza! Un ratón, sí, un verdadero ratón salió de la boca de la cacica y desapareció en la maleza del campo” (Enrique, en Lista, 1895: 253).
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