Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes

xx – magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes nao Santiago también tendrá el suyo propio, sobre las piedras de la frontera. Más allá, tras dos meses de esperar que el cielo perdiera peso, que se elevara, partirán otra vez en un trayecto que bien podr a ser el último. La verdad es que siempre toda singladura, en ese extremo del mapa, es potencialmente la postrera. Hablando de sed de gloria y de desilusiones, podr a descifrarse que el desa- liento no mella el esp ritu del comandante. Por lo menos no, a simple vista. Ma- gallanes ordena continuar. Cabe en tanto preguntarse, en este momento: ¿Cuán- to vale la deserción de Esteban Gómez? ¿Ocho maraved es? ¿Ocho mil? Están ya en medio de la tercera bah a, de lo que es el estrecho más buscado de la historia. Diez a uno que es el corredor hacia las Molucas. Directo a la gloria. Para el co- mandante vale la nao San Antonio –la más grande, con más provisiones– que el piloto Gómez le birló a la consagración. Son sus tripulantes, los bastimentos, las armas de fuego. Aquel es el costo de esta traición. Es dinero, contante y sonante, y no lo es, del mismo modo, porque desandar la ruta, de vuelta a España, es qui- zás salvar el cuello, pero no la fama. Navegar en reversa, no es navegar; es apenas vivir. No vale la pena. Salida del canal, llamado de Todos los Santos, 28 de noviembre de 1520. Es- tán en la salida del túnel. Horario de gloria. Ahora surcan un mar en calma, al que llaman Pac fico. Es un ox geno nuevo, para todos. Hasta la madera y el ve- lamen parecen respirarlo. No saben nada del futuro. De su estancia venidera en Zubu, de la fatalidad de Mactán. Nada. Solo imaginan. Deliran o sacan cuentas. Hacen cálculos. Hablan en sueños. No presienten, siquiera, los d as tan próxi- mos, en que les caerán el hambre y la sed encima. Porque el sol les arruinará los ojos. Y el escorbuto será epidemia, entre esa pequeña humanidad de los barcos. Cada vez más nfima. En solo tres naves. Serán meses desesperados, donde arro- jaran cadáveres al agua como anclas, para el otro mundo. Pero no pueden saberlo. No quieren. Después de aquel 27 de abril, les restan aún diecisiete meses para su retorno, convertidos en aquel puñado de hombres envejecidos, irreconocibles, que alguna vez zarparon, entre salvas de bombardas y v tores, del mismo San Lúcar de Ba- rrameda. Al verlos aparecer del mar, y luego renquear hacia la capilla, les confun- dirán con espectros. Pero, por ahora, conforman un hatajo mayor de fantasmas. Han perdido a su gu a; aquello es tan cierto como el mar. Como as de cierto serán las Molucas. Deben continuar navegando. Son pocos. Les sobra una nao. Entonces pegarán fuego a la Concepción. Y otra vez, entre la borrasca, verán el fuego de san Telmo, en el palo mayor. De san Nicolás en el de mesana y el de san- ta Clara, en el trinquete. Les protegen. Les iluminan los santos de los marineros. Y ellos mismos, en las islas próximas, andrajosos y enfermos como están, serán

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