Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes

xviii – magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes sodio, a ojos de Juanillo Ponce, bufón fantasma de la flota, quien tampoco die- ra crédito a sus ojos, cuando los guerreros del cacique, al que Pigafetta llamaba Cilapulapu –su nombre real era Lapu-Lapu– ultimaban al capitán general, sin que pudieran acercarse hasta la orilla de Mactán, abrupta, de lecho enrevesado, contemplando impotentes el espectáculo, devastados, porque a ellos, de igual modo, en aquel teatro se les iba la vida. Sabemos que la esencia humana, muchas veces, se presenta como una larga cadena de esclavitud, de servidumbre. Sin embargo, en la tensión del hierro, al- guien dice no. Esto marca un hecho dramático, o directamente trágico. El caci- que Lapu-Lapu, dijo no. No, al Dios de los cristiano. No, a los bonetes colorados, las cuentas de vidrio, los espejuelos. Tampoco se intimidó con los disparos de bombardas, de mosquetes. Ni con el s mbolo de la cruz. Ni con el castigo divino, que esperaba a los idólatras, en el otro mundo. Hizo de su isla, Máctán, la isla insurrecta del archipiélago de San Lázaro; la celada para los recién llegados, o ca dos del cielo. Y en aquella trampa cayó el comandante en jefe, junto a ocho de sus hombres. Está dicho, seis meses antes, Magallanes hab a encontrado el estrecho, al doblar un cabo que llamó de Las Once Mil V rgenes, convirtiendo en veraz aquello que hasta ese d a, para España y Europa, era una fábula; y en este otro momento, cae desplomado –sucio de sangre y arena– de su altura legenda- ria, directo al suelo de cualquiera. De quien sea. Quizás muy pocos de ellos recordaban el remoto zarpe de la escuadra, puer- to de Sevilla, agosto de 1519. Y semanas más tarde, el zarpe definitivo, a veinte d as del mes de septiembre. Quizás muy pocos siquiera, durante la traves a del mar océano, recordar an su vida anterior, porque partieron hacia Terra Ignota. Hacia otro tiempo. Estar an en manos de un mar imaginario. Temible. Part an a perderse en él. Lo har an en nombre de Cristo, de Carlos V. Y también, en nom- bre propio, porque una fracción de su existencia aún les pertenec a. Eso juraban. Era una pequeña humanidad, metida en cinco barcos. Con ellos iba la sed de gloria y de oro. Abrasadoras. Calcinantes. Iba la codicia y el coraje. La crueldad, la estulticia. El temple. La fidelidad. La alta traición. El insomnio. Todos los tri- pulantes aferrados a las tablas de una nueva vida, bajo el ojo de Dios, que podr a pagarles con fama y riqueza, o bien, con llanto y crujir de dientes. Y la eternidad del olvido. Podr amos apostar la derrota completa de un poema épico –una vuelta al mundo– a que todos aquellos d as en el Atlántico, rumbo al Brasil, no incid an en aquel presente. En esa hora exacta. El sol de R o de Janeiro, que entonces pa- rec a estar a un tiro de ballesta, era ahora un disco oscuro, entre el velo opaco de un cielo que nadie recuerda; deshecho en volutas, en la cabeza de los hombres.

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