Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
Prólogo – xvii PRÓLOGO Los textos de este libro, verifican su origen en la traves a magallánica, iniciada en Cádiz, el 20 de septiembre de 1519. A modo de antesala a estos, podemos sumar los párrafos que siguen, basados en su primera fuente: el diario de Pigafetta. En él caben, como es sabido, la realidad histórica, la hipérbole, la ficción. Ligado al esp ritu de aquella escritura, va esta breve tentativa. He aqu : Aquel sábado 27 de abril de 1521, fue el d a más trágico vivido hasta entonces por Antonio Pigafetta, en sus 40 años de vida. En su caso, se trataba de una tra- gedia doble, porque luego deb a escribirla, en su diario de viaje; es decir, tendr a que revivir el episodio en que cayera el comandante en jefe de la expedición, Fernando de Magallanes. Era su tarea de cronista oficial de aquella aventura des- mesurada, por trazar una nueva ruta en el mapa del tesoro: llegar a las islas de la especier a, navegando siempre de este a oeste. Ir más allá de Colón. Mucho más. Dar, por fin, con el famoso canal que llevar a a la flota hasta la India Superior. Luego, siguiendo la curvatura del globo, regresar a España, como quien regresa a Ítaca, tras veinticinco siglos. Hab an pasado seis meses y un puñado de d as desde que encontraran la boca de lo que pudiera ser un espejismo; la entrada de una bah a ciega, hacia los 52º, de latitud sur. O pod a ser la boca oriental del corredor interoceánico, ya insinuado o soñado en algún mapa imposible. Aquello, de igual manera, era probable. En- tonces no lo sab an. No ten an cómo saberlo. La verdad es que aquella apertura significaba un anhelo, una ilusión, dibujado entre la espuma de una marejada violenta. Con el curso de los d as, supieron que era una bah a en cuyo fondo se habr a otro paso. Era, pues, el estrecho tan buscado. Aquel no era un mito, ni el desvar o de un cartógrafo. Era una realidad. Un hecho ver dico. Tan ver dico como sus naves, como ellos mismos. Sin embargo, en esta jornada, la muerte de su comandante, ante los ojos de Pigafetta, de toda la tripulación, también era un hecho real, aunque no quisieran creerlo. Hasta ese instante, cualquiera de ellos pod a morir, pero noMagallanes. Él no deb a morir. No ahora, cuando las Molu- cas ya estaban a su alcance —digo, es un decir—. Con el auxilio de san Telmo, de san Nicolás y santa Clara, que los iluminar an, como lo hicieron en la tormenta, regresar an a la madre patria. Hasta San Lúcar de Barrameda, otra vez, para su gloria eterna, el capitán general Fernando de Magallanes y quienes sobrevivieran junto a él. Cualquiera de ellos. Daba igual. Ha muerto nuestro espejo, nuestra luz, escribió el cronista. Algo as . Creo que está dicho, con estas palabras en la novela Maluco, de Napoleón Baccino Ponce de León, a propósito de esta traves a desmedida, quien reescribió el epi-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=