Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes

94 – magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes El estrecho a lo lejos y de cerca, me mira. Pienso en la estad a de Gabriela Mistral en el lugar donde “el viento aprieta, la escarcha corta, el aliento se conge- la” (Scarpa, Tomo 2, 1977, p. 99). All , el tiempo de su escritura incansable. All nació Desolación , cuyo primer manuscrito fue sumergido en las aguas del estre- cho de la Patagonia. Y mirando desde esa inmensidad vuelvo nuevamente a los relatos de historias vividas y me admiro de impedir que el olvido haga su trabajo, y que la memoria siempre frágil, siempre huidiza, no sea más rescatada, sino que sea sorprendida y resistida por los sueños, y en definitiva capturada. Lunes, octubre 21 Son las 19 horas. Estoy en una antesala con la sonrisa puesta en los labios del beso que aún no se ha dado. Esta noche evoco el mar desde el sur sur. Tal vez pueda entender desde dónde pararme a mirar. Si desde los misioneros con el cielo que se refleja en el mar de los navegantes; de los San Pedro cruzando las aguas con todas sus dudas y negaciones, y la mano celestial nazarena guiando la ruta del mar. Si desde los ind genas, con sus antiguas capitas y sus diademas de plumas, sus cuerpos desnudos, pequeños y pintados, tan pocos, y a la vez tantos. Si desde los alucinados en el cruce de las aguas del estrecho. Me es incierto el camino y sus paradas. Tal vez el viento poniente sople para llevarse todos los abando- nos, todos los baúles, “todos los escondites donde el hombre, gran soñador de cerraduras, encierra o disimula sus secretos” (Bachelard, 1990, p. 107). El cielo fueguino me cobija. Martes, octubre 22 Las traves as ajustan y desajustan la mirada. Miro la revista y me detengo en la lectura del viaje del Doctor Paul D. Hyades, médico de 1era clase de Marina y encargado de los estudios de la historia natural de la Misión Científica al Cabo de Hornos , “conviene hacer notar que esta ausencia de vestidos no excluye de ningún modo el pudor; los fueguinos hacen consistir el pudor en las ideas y no en el vestido” (Hyades, 1996, p. 29). Para los fueguinos de mis relatos su vida se despeñó: “Nosotros, que nos pintamos, que nos ataviamos con las plumas de nuestros pájaros para convertirnos en esp ritus, no pudimos apoderarnos de ella, no pudimos poseerla, no hubo conjuro posible” (Quiroz & Olivares, 2008, p. 153). Ellos no siguieron navegando por las aguas de estrecho ni por los canales australes, no siguieron ocupando sus playas, roquer os y estepas. Se alejaron con los vientos australes y las lluvias. Ciertamente que de las moradas primitivas, las chozas, los toldos levantados con postes, cubiertos con trozos de cuero de animales y pasto seco no queda

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