Magallanes 1520-2020: historias, pueblos, imágenes
Relatos desde las aguas – 87 La historia de la traves a francesa a la región del Cabo de Hornos comenzó a comienzos de julio de 1882. La tripulación de la Romanche esperaba en el puerto de Cherburgo las instrucciones para zarpar con rumbo al contorno polar austral. El barco estaba cargado con carbón y v veres, además de armazones, tablas, ven- tanas y chapas de zinc, que junto a telescopios y otros instrumentos, constitu an el material que se desembarcar a en la región austral. La misión no era fácil, pues por una parte deb an estacionarse durante un año en el extremo sur, y por otra, deb an desarrollar, in situ , un programa de in- vestigación orientado al estudio de fenómenos magnéticos y meteorológicos que se relacionaban con la f sica del globo. Por otra parte, deb an observar el paso de Venus. Y por último, deb an realizar estudios de historia natural, y levantamien- tos cartográficos e hidrográficos de la región del Cabo. La tripulación contaba con 140 hombres, de los cuales, cerca de 20, durante varios meses en Par s, hab an recibido entrenamiento y una formación prelimi- nar para ejercitarse en el manejo de instrumentos y en las diversas observacio- nes que les estaban confiadas. Y es que esta misión francesa no era cualquier expedición cient fica, puesto que su organización era parte de un programa de investigación estatal en donde hab an intervenido los Ministerios de Marina y de Instrucción Pública que, junto a la Academia de Ciencias y al Museo de Historia Natural de Paris, hab an planificado y dado forma a la misión. Una vez que la Romanche ancló en bah a Orange, y la expedición se organizó para subdividirse en dos grupos, uno de mar y otro de tierra, ocurrió un encuentro para ellos inesperado. Un grupo de embarcaciones elaboradas con cortezas de ár- bol se acercaron a la Romanche . Esta nave capitana fue testigo del hambre de las po- blaciones nativas. Ellas ped an galletas marineras, pan o cualquier resto de comida de la cocina del barco a cambio de sus objetos, como collares de hueso y/o conchas, al igual que puntas de arpones elaborados con huesos de mam feros marinos. La primera impresión que causaron estas poblaciones canoeras no fue muy favorable. Fueron consideradas extrañas criaturas, cuyos cuerpos estaban desnu- dos cualquiera fuese su sexo o edad, o bien estaban apenas abrigados con una miserable capa de nutria o de foca, la que flotaba sobre sus espaldas. Ellos eran los canoeros, aquellos que Charles Darwin hab a observado du- rante la traves a del Beagle y estigmatizado como un pueblo miserable. Ellos eran sobre quienes los franceses hab an le do durante la preparación preliminar de la expedición. Eran los seres más miserables y pobres de la especie humana; y los más desgraciados o desdichados, sin miradas bellas ni expresivas. Los franceses observaron cómo estas poblaciones sufr an las consecuencias del contacto con la población blanca. El doctor Hyades auxilió a ind genas ya-
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=