El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
84 El tejido de la memoria Estuvimos metidos ahí, en el Hotel Continental, comiendo sándwiches de queso de Caritas, que odiamos hasta el día de hoy, sin poder movernos sino solo centímetros a atisbar por la ventana, viendo pedazos de gente que corría por la Plaza de Armas, grupos de soldados con metralleta, corriendo agachados por entre los ár- boles, los camiones sin ventanillas, verde oscuro, circulando como inmensos palomos, no se muevan, no se muevan de ahí, decía todo el tiempo el Topo. Después de dos días, llegó un oficial con un ayudante. To- maron los nombres completos de todos. El Topo entregó los carnets. –Usted– dijo el oficial–, viene con nosotros. El Topo se puso el abrigo, pálido como un muerto y se dirigió a Sanhueza. –Usted se encarga, Manuel– dijo–. Si no vuelvo, usted es el que manda aquí, ¿me oyó? Y salió sin mirar hacia atrás. El Pinzón Illanes se puso a llorar el primero. El resto, disi- mulando a duras penas el sollozo, pensando en que nos iban a ir matando por turnos. Hasta que vimos en la puerta al papá del Lucho Soria, que venía con un general. –Tomen sus cosas y vamos– dijo el papá del Soria. Nos abalanzamos sobre él, como pollos. Dos horas después aterrizábamos en Concepción, en un avión militar. ... –Y ahora, encontrarnos con el Topo de nuevo, ¿no es un mi- lagro, hueón? –Claro. Milagro. Una corrida de cervezas para todos. –Quién entiende al ser humano– El Topo toma un trago largo. –Hay que quitarle el vaso. En un momento más se pondrá a transmitir en stéreo.
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