El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

83 50 años del golpe de Estado en Chile Lo llevamos hacia el Hotel Continental turnándonos para sostenerlo, caminando por las calles desiertas. Santiago parecía una ciudad sin habitantes. A lo lejos se oían sirenas y bocinas. El Topo llegó al rato, desalado. ¿Qué pasaba? ¿Cómo conchas no le habíamos avisado? –Yo me encargo, profesor– dijo Sanhueza. Se veía mayor, de pronto. Lavó al Pinzón en la tina del hotel, sujeto por cuatro a pesar de los mordiscos y las patadas. Le puso el rollo completo de gasa con todo el tarro de sulfa, dejándolo con una especie de momia pequeña entre las piernas. Luego le abrió la boca y le metió una pastilla de penicilina y tres analgésicos. Poco a poco, el Pinzón comenzó a hablar sin freno, mientras se iba quedando dormido. –Lo que es yo– dijo–, no lo hago nunca más. Duele como chancho. Y no me importa una chucha decir que esta era la primera vez. Me tocó una vieja con la guata hecha tira y es una buena cagá toda esta cuestión. En ese momento comenzaron los disparos. Uno entró por la ventana del Hotel Continental y se incrustó en la pared al lado de la cama donde dormían Soria y De la Fuente. –¡Todos al suelo!– gritó entonces el Topo, empujándonos vio- lentamente y agachándonos las cabezas. –Qué mierda pasa– dijo Morales, temblando. –Cómo que qué mierda pasa. ¿Acaso usted no lee los diarios, joven? Esto se veía venir. Se veía venir– dijo el Topo–. Que nadie se mueva ni un milímetro hasta nuevo aviso, ¿entendido? Y ahí estuvimos una semana en aquella pieza, todos tirados en el suelo, recibiendo telegramas, llamados histéricos de nuestras madres, mi amor, está vivo, gracias a Dios, póngame a su profesor que su papá quiere hablar con él. Nos llamaban a todos tres veces al día por el teléfono del Hotel.

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