El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
82 El tejido de la memoria –Este estaba espiando en las piezas de atrás, señora Charo– dijo una. –Ya– golpeó las manos la señora Charo con su voz atronado- ra–. Me lo llevan donde la Ana Luisa, entonces. Todos alargamos el cuello para ver. Pero no vimos nada y el Lucho Soria desapareció en el fondo del pasillo devorado por la pre- sencia voraz y anónima de la Ana Luisa. Fue una noche oscura, llena de olor a trapos, a agua de cuba y a algo ahumado, una lamparilla de velador, desierta, invadiendo todo con su amarillo tenaz. Una mujer en enaguas, con el borde roto, me desabrochó el pantalón y se puso a manotear un pequeño pescado muerto, diciendo cosas que no he podido olvidar jamás. Tenía la carne inmensa y agotada. Al final, dijo: –Alcánzame el lavatorio, guachito, ¿quieres? A la mañana siguiente nos encontramos en la calle. El cielo parecía cielo falso. La madrugada abría el día con su cuchillo de os- tras. Nos miramos todos. Ojerosos. Despeinados. El Pinzón Illanes salió tambaleándose, el último. –Qué tal compadre. –Me duele mucho– dijo el Pinzón Illanes. –Mea– dijo el colorín Rogers–. Mea todo lo que puedas. Es desinfectante. El Pinzón se dio vuelta hacia la pared con una hornacina donde se veía una figura borrosa. De pronto lo vimos caer al suelo, revolcándose y gritando. –¡Aahhhh! Entonces se acercó Sanhueza. Tomó al Pinzón Illanes en bra- zos y lo llevó hasta la farmacia, que todavía tenía la luz prendida. Ahí compró más de veinte metros de gasa y yodo y penicilina y pol- vos de sulfa y no sé qué más. –Aguanta, huevón– dijo.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=