El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

80 El tejido de la memoria Luego nos encaminamos donde la Charo. El momento de la verdad había llegado. Los peatones raleaban cada vez más. Íbamos por la altura de Brasil con Cienfuegos. No había kioscos. En la puerta de una paque- tería se movía epilépticamente, una pierna luminosa. –Se está acabando la ciudad– dijo el Pinzón Illanes, intran- quilo–. ¿Dónde están las minas? –Aquí es– dijo el Topo, deteniéndose frente a una puerta an- gosta. Desde los aleros derruidos, nos miraba una multitud de pa- lomas negras. En ese momento la puerta pareció inmensa y algo más se abrió con ella. Desde adentro de la casa salió el olor a recibirnos. Una pe- numbra, con olor a humo y a cebolla, todo mezclado con un aroma inconfundible a agua de cuba. Hubo pasos de zapatillas. Apareció la señora Charo desde detrás de una cortina azul. –Tan temprano que llegaron– dijo. –Madám– pronunció absurdamente el Topo haciendo una especie de reverencia. –Me dicen Charito no más– sonrió entonces ella. Tenía un diente de oro más grande que los otros. Y se acercó al Topo, topán- dolo con el hombro. –Qué lindos sus niños de Concepción, Toribio– dijo. Ahí su- pimos por primera vez el nombre del Topo. –Lindos sus hombrecitos. Porque son hombrecitos, ¿no?– rió. Le temblaba la parte de debajo de los brazos. –Bueno, ahora lo vamos a ver. En la cancha se ven los gallos –dijo. No sabíamos por qué pero todos temblamos, agarrados a los condones en los bolsillos, como a un talismán absurdo.

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