El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
65 50 años del golpe de Estado en Chile –Antes de retirarse, siéntese, necesito pedirle un pequeño favor. –Sí… teniente, ¿qué sería? –Bueno…estoy recién llegado al pueblo y… verá, me gustaría tener… amigas. –¿Amigas? ¡Ah, amigas! Mire, lo único que hay por estos lados es la Casa Fucsia. –¿Habrá algo más… discreto? –No, que yo sepa, no… Después de esa conversación, Ramón Martínez permaneció en silencio todo el día, ni siquiera la borrachera de su mujer, el futuro de su hijo Max, que tanto le preocupaba, el llanto de su hija, o los ronroneos de Bambi, lo sacaron de su perplejidad. La noche no fue el límite. En la tinieblas del duermevela, sus ojos se pegaron al techo, mientras su mente proyectaba los presentimientos más escabrosos. El primero en enterarse de la conversación de Ramón con el teniente Schuster, más conocido como Chuky, fue quien podría haber sido el primero de la lista o su peor enemigo: Willy, el dueño del bar, un marxista leninista consumado, en realidad, su amigo y confidente, con quien debatió por años sobre la existencia de dios y de Marx. –Dígame, Willy ¿usted cree que yo podría denunciar a los que he visto crecer conmigo? –Claro que no, Ramón. ¿Y qué hacemos? Son tantos acá. Está el Palomino, el Cardo Muñoz, ¡La Quintrala Mardones!, que es más roja que el pipeño. Y yo, poh compadre. –Pensemos, pensemos, Willy. Nos queda poco tiempo, un mes a lo sumo. –Pero usted se va a arriesgar mucho, compadre. Ramón y Willy se quedaron en silencio, mirando el fondo grueso de sus vasos de vidrio. Ese día Ramón debía decidir entre la vida, vida o la muerte, muerte. Adelita, sin entender nada, hasta muchos años después,
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