El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
42 El tejido de la memoria Casi a diario dejaban gente en libertad. Un mayor se instala- ba en el sector de las galerías norte, donde ubicaban a la gente que ya había sido interrogada y les leía una lista. Comenzaba de esta mane- ra: –“El siguiente personal se prepara para ser enviado a sus casas”–. A medida que las personas iban siendo nombradas, debían decir “fir- me mi mayor”, por ningún motivo presente o el “eeja”, tan típico de nuestros hombres de campo. Estas personas eran llevadas en filas de a cuatro hasta un lugar interior donde se les tomaba una fotografía de frente y de perfil. Luego eran sacadas de la pista de ceniza para que nosotros las viéramos, y salían por la puerta presidencial. A medida que iban pasando lanzaban hacia las tribunas las “herencias”: cosas de las cuales se podían desprender y que serían útiles a los que nos quedábamos. De esta manera volaban por los aires pedazos de pan, trozos de chocolates, envoltorios con galletas, gorros y hasta chom- bas. A medida que iban desapareciendo, todo el Estadio interpretaba la canción “Libre”, conocida a través de un cantante español: “Libre como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar…”. Después de dos días de permanecer a la intemperie, nos lle- varon a la galería norte. En este lugar por no haber camarines ni escotillas debimos tendernos en el suelo de los pasillos entre me- sones y congeladoras de cerveza. A través de los boquerones que dan a Avenida Grecia se colaba el viento helado escapando hacia las graderías por las anchas arcadas de acceso. La falta de alimenta- ción adecuada nos hacía sentir un frío redoblado. Durante la noche, metidos como cuchuflíes en nuestras frazadas, teniendo las duras, frías e inmundas baldosas como colchón, sentíamos el taconear de las botas por el lado de nuestras cabezas. Durante la noche, un joven compañero, con los labios morados por el frío, comenzó a comer pasta de dientes que sepa Dios de dónde habría sacado. Pero esto era habitual, en las graderías algunos devoraban la yerba que crecía entre medio de los asientos.
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