El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
40 El tejido de la memoria les expliqué que el mismo ejército que entró a la universidad no ha- bía encontrado nada a pesar de la búsqueda. Después de un par de palos más inquirieron si yo iba a las concentraciones a ver al "Bigote": "A algunas", respondí. Tuve que firmar un papel que no me dieron a leer y salí al pasillo en donde estaba el resto de los interrogados. Nos llevaron a las tribunas bajo la marquesina donde permanecimos dos días durmiendo a la intem- perie en plena tribuna presidencial. Enrollados en las “frezá”, como decían los milicos, nos tendíamos a los pies de los asientos. El frío del amanecer nos calaba hasta los tuétanos, y en la mañana nuestros cabellos y la frazada estaban mojados por la garúa de la noche. Al segundo día apareció un suboficial con una olla de le- che semillena del desayuno de los conscriptos, y nos hizo formar para que cada uno pudiera beber un poco. Este gesto poco usual le provocó serias amonestaciones de sus superiores y tiempo después desapareció del Estadio. Los pecados de este suboficial consistían en que cada vez que podía repartía a los presos que tenía cerca la leche sobrante del rancho de los conscriptos, pan y algunas veces cigarrillos. Ahora cuando recuerdo esto (febrero de 1975), hacía solo seis meses que había salido de la oficina de Chacabuco, lugar donde fui enviado luego de permanecer un poco más de dos meses en el Estadio Nacional; nunca olvidaré a ese suboficial que a riesgo de su vida repartía leche a los presos de guerra. Pero vuelvo al Estadio. Al parecer, debido a la presión ejercida por nuestros familia- res y periodistas extranjeros que a diario se estacionaban en grandes cantidades a las puertas del Estadio, los carceleros se vieron obliga- dos a contratar los servicios de la Cruz Roja Chilena. Mujeres de esta institución se hicieron cargo de la repartición de los paquetes que las familias enviaban a sus presos. La distribución que realizaban estas caritativas damas comenzaba por la tropa y por ellas mismas. Cuando un preso lograba recibir un paquete, por el envoltorio se notaba que había sido despojado de gran parte de su contenido. Así,
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