El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

34 El tejido de la memoria A la mañana siguiente fuimos autorizados para ir a los servi- cios higiénicos, pero solamente para cumplir con las funciones más elementales, ya que de las llaves no salía ni una sola gota de agua. De las tazas tampoco. De regreso al asiento, observamos un muchacho de no más de 15 años que se había levantado murmurando palabras incoherentes, con la cabeza gacha, como si estuviera mareado. No atinábamos a comprender la necesidad de mantener semejante preso de guerra, por su edad y por la evidencia de golpes que mostraba en su rostro. El niño se acercó a un soldado para decir algo, pero este le disparó un tiro en el abdomen que lo dobló por algunos segundos. Enseguida, un eficaz culatazo en la frente lo lanzó de espaldas. Fue también cogido por los pies y llevado quizás dónde. Informado el coronel de lo que acababa de suceder, se subió arri- ba de una banqueta y desenfundando su pistola se puso a disparar hacia las murallas y al techo, mientras gritaba que a todos nos pa- saría lo mismo si “andábamos con cuestiones raras”. Cerca de las diez de la noche del día 13, un sujeto aparentemente con el grado de capitán nos habló por los micrófonos anunciándonos que nos preparáramos para recibir un refrigerio, que tomáramos en cuenta la existencia del plan zeta, que la muerte de Allende debía ser aleccio- nadora para nosotros, y que por lo tanto consideráramos el gesto que ellos iban a tener. Se nos repartió un brebaje color café y medio pan que solo algunos alcanzaron a recibir. Como no habíamos probado bocado desde hacía mucho tiempo, recibimos la pócima con gran satisfacción. El líquido era malísimo, pero estaba caliente. A las doce de la noche, en las tribunas del frente, un hombre se levantó de su asiento y gritó: –¡Asesinos, asesinos!–. Un pelotón lo rodeó inmediatamen- te, propinándole golpes que lo hicieron caer al suelo. Un teniente se acercó raudamente, y tomando el fusil Mauser de un soldado, descargó en la cabeza del hombre caído un feroz culatazo. La ma- dera de la culata se quebró. El teniente y sus hombres se quedaron

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