El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

32 El tejido de la memoria De ese patio fuimos llevados a una cancha de básquetbol y obligados a permanecer de pie durante tres horas con las manos en la nuca. El calor a esa hora se había hecho muy intenso por el sol y la refracción de las baldosas. Afortunadamente, entre nuestros cap- tores había algunos con características humanas, que se condolie- ron de algunas situaciones y trajeron en sus cascos agua para beber. Sobre la situación de las mujeres estábamos totalmente en blanco. Sabíamos que habían sido llevadas a otro recinto, pero desconocía- mos el trato a que fueron sometidas. En nuestra difícil situación, moviendo la boca apenas para no ser vistos ni escuchados, inter- cambiamos opiniones sobre la suerte de las compañeras y la que nos tocaría correr a nosotros. Recordamos sumariamente el franquismo español, el nazis- mo y la situación de los perseguidos por las dictaduras del continen- te. Todos teníamos muy frescas en la memoria la situación existente en Brasil y Uruguay, países con los cuales habíamos realizado actos de solidaridad innumerables veces. A pesar del negro panorama que se nos presentaba por delante, se mantuvo siempre una actitud dig- na y serena. De la cancha de pelota fuimos trasladados en autobuses has- ta el Estadio Chile. Íbamos cuatro por cada asiento, arrodillados en el suelo y con la cabeza sobre el asiento. En el pasillo, en hileras de tres, los de los costados mirando hacia adentro. Frente al pasaje Politeama fuimos recibidos por fuerzas de carabineros que se ubi- caron a ambos lados. Fuimos formados en largas filas y obligados a trotar marcando el paso. ¡Sácale trote, sácale trote! eran las órdenes dadas por los oficiales a los pacos rasos. Al ritmo de los culatazos, las patadas y los insultos, debimos trotar por espacio de tres horas. Una vez dentro del largo pasillo de entrada se nos ordenó de- tener el trote y pasar uno a uno frente a una mesa donde se nos pre- guntó el nombre y la dirección. Debimos dejar, además, el carné de identidad. En un borde del pasillo estaba tirado un hombre gordo que

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