El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
31 50 años del golpe de Estado en Chile que recibieran atención médica. Con la camisa de un compañero arriba de un palo que se hizo circular de mano en mano para que fuera vista entre los intersticios de las murallas por la soldadesca, nosotros intentábamos lograr una pronta invasión para salvar la vida de estos compañeros. Pero la bandera blanca fue recibida por ráfagas de ametralladora y el compañero Hugo Araya falleció; la muchacha logró sobrevivir. Cerca de las siete de la mañana, después de un contundente cañoneo, se hizo nuevamente el silencio y las valientes tropas sitia- doras hicieron su entrada al recinto. Estábamos en la sala de profe- sores de la Escuela de Artes y Oficios, cuando fuertes culatazos des- trozaron las mamparas y la soldadesca irrumpió escopetas en mano lanzando gritos histéricos y palabrotas. Manos arriba fuimos salien- do mientras recibíamos culatazos y patadas por todo el cuerpo. Una vez en el patio las mujeres fueron separadas y llevadas a otra parte. A nosotros nos tendieron en el suelo con las manos en la nuca y los pies cruzados en una cancha de básquetbol. Esta posición es muy incómoda, incluso para ser sufrida por pocos minutos, ya que obliga a mantener la cara en el suelo. Además, se comienzan a acalambrar las piernas y los brazos. Aquella mañana por añadidura, apareció un sol esplendoroso. Cerca de medio día nos pusieron en pie, en grupos de 10 con las manos en alto y las piernas abiertas para ser registra- dos sistemáticamente. El registro fue tan acucioso que nada de lo que había en los bolsillos se salvó; cuando pudimos conversar con re- lativa tranquilidad hicimos rápidos balances de nuestras pérdidas y constatamos que habían desaparecido relojes, anillos, dinero, encen- dedores, llaveros, etc., y hasta pañuelos. Según supimos más tarde, todo lo robado pasaba a constituir el botín de guerra, ya que nosotros éramos considerados en ese momento prisioneros de guerra. Ante el reclamo interpuesto por un compañero por la pérdida de sus cosas, apelando a la Convención de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra, recibió como respuesta un sonoro culatazo en las costillas.
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