El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

274 El tejido de la memoria –¡Estoy bien!– le decía–, puedo continuar. ¿Dónde estará mi madre? ¿Sospechará todo lo que estoy ha- ciendo? ¿Creería cuando le contara quién era mi entrenador? Volví al centro. Lo último que vi fue la cara de mi noqueador. Su mirada espantosa. Algunos días más tarde este mismo Estadio sería utilizado como cárcel. Al dolor de los golpes recibidos y el de- terioro de la musculatura por el cansancio y la fatiga, se uniría des- pués el dolor de la tortura y el salvajismo. No podría creerlo si me lo hubiesen contado. Toda una energía maligna se vino sobre mí y tras un violento swing comenzó a golpearme de arriba a abajo y no supe de nada, salvo de la mano de mi entrenador que me recogió en las cuerdas. Creí ver súbitamente a mi padre amordazado sentado en ga- lería. ¿Cómo era posible si él jamás se metió en política ni en este ni en anteriores gobiernos? ¿Me creerán los soldados cuando le res- ponda si conocieron a Cacho Mendoza, campeón del sesenta y tres? Algo sucedió que me transportó en el tiempo. Fue como esos viajes que hace la mente al pasado o cuando en la agonía se despier- tan nuestros demonios. Alguien toma del cuello a mi padre y lo lanza tribuna abajo. El cuerpo se golpea contra el suelo y los escaños de cemento. Pero al verlo detenidamente no es mi padre, sino otro hombre que usa un bigote grueso y que parece a punto de desfallecer. Vi acercarse a mi padre y despertarme. Aún estaba noqueado y él vino a mí a pedirme perdón por haberme llevado a ese fin. Pronto se va a acabar esta pelea. Entrarán los carabineros y los soldados y con toda la fuerza que produce el exceso vendrán sobre nosotros. Nunca quise hacerlo, me decía, estoy reventado por dentro, le explicaba. Me siento culpable hijo −insistía−, debes recuperarte e ir a ver a tu madre; lo supo todo por el radio. ¿Dónde está mi entrenador? ¿Alguien ha visto a Martillito Sanhueza?

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