El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
271 50 años del golpe de Estado en Chile –La cosa está mala allá afuera… Bajamos las escaleras del hotel y partimos rumbo al gim- nasio. Una patrulla de militares nos detuvo en la intersección de Moneda con Bandera. Le exigieron documentos al chofer del auto. Mi entrenador se puso nervioso. –¿Quiénes son esos?– preguntó el militar a cargo de la ins- pección. –Tienen la preliminar con el mexicano. El hombre se rió con la boca abierta. Le faltaba una muela a cada lado de la boca. Todas las localidades estaban vendidas. Entramos por una puerta lateral. Pude ver a la multitud cómo forcejeaba para entrar. Ya en el vestuario mi entrenador me dijo que el mexicano estaba por ingresar al ring. El público lo pifiaba. Recordé la noche del puertorri- queño. Cuando pasó por entre las cuerdas, juntó los puños al aire y sonrió. Luego saludó a la multitud levantando un brazo y caminó a lo ancho del cuadrilátero hasta ir a su rincón. Seguramente el mexi- cano estaba haciendo lo mismo. Era mi turno. Cruzamos por un pasillo semi oscuro y el pú- blico gritó mi nombre y comenzó a aplaudir. Ya estaba sobre el ring e hice lo que mi padre siempre hacía, saludar a mi contrincante antes que al público. Las banderas de Chile estaban por todos lados. No veía rostros, pero quise imaginarme el de mi madre, asustada, pegada al cuerpo de mi madrina, a mis amigos de la infancia, a las decenas de pirquineros que viajaron desde el sur a hacerme barra y, por supuesto, quise imaginarme el rostro de mi padre de pie gritando por su hijo y empuñando sus manos al vacío con ira, con pasión, con vehemencia. Mi entrenador comenzó a vendarme las manos. Estaba ner- vioso, nunca lo había visto así. No era por la pelea, estaba seguro de eso.
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