El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
270 El tejido de la memoria –Les voy a dar un buen espectáculo– agregué. –Dicen que puede ser la última pelea. –¿Qué? –No te canses por nada. –¿Qué edad tiene, entrenador? –Treinta y cuatro. –¿Y cuántas por nocaut? –36 de 48. –Mi padre derrotó a Rojas siendo invicto. Nuevamente vi a mi padre con el albornoz y la toalla despi- diéndose de mi madre antes de una pelea. A él no le gustaba que ella fuera al ring. Decía que en el cuadrilátero se veía obeso.”Verás cómo le voy a hacer lamer el suelo». «Calla, no digas eso– replicaba ella–, solo Dios sabe si te va a dar la pelea». Alrededor de las nueve me bajó una suerte de angustia. Faltaban pocas horas para enfrentarme al mexicano. Mi entrenador me llevó a la cama. –Descansa un poco. –Usted está nervioso– dije. –Nunca digas que me conociste. –¿Qué? –Tu no tienes nada que ver con esto… Le pedí un favor: no cierre la ventana, necesito tener las na- rices bien abiertas. Había comenzado a llover. A través de la ventana podía ver la polución de las gotas de lluvia resbalando por el vidrio. Me gustó oír la lluvia del mes de septiembre. En el sur las lluvias son hermosas y traen bienaventuranzas a los lugareños. Me fui quedando dormido. Al otro día me despertó la lluvia que aún caía sobre la ciudad. Desayunamos y al rato estaba un radio-taxi aguardándonos afuera. –¿Dónde van?– dijo un hombre calvo que hacía de guardia. –Al gimnasio– dijo mi entrenador–. El muchacho tiene que estar en forma.
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