El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
269 50 años del golpe de Estado en Chile Por la mañana con mi entrenador nos fuimos a comer livia- no a la Vega Central. Me llamaba la atención que aquí todo llevaba el apellido central. Nos concentramos en un antiguo hotel de calle Rosas. Se llamaba Hotel Central ; siguen los nombres centrales. La federación nos reservó un par de piezas y el empleado nos subió un plato vegetariano para mí y mariscos para él. Casi no conversamos en la cena. Yo tenía un poco de temor en que quizá no podría dormir bien. Una de las cosas más terribles para un peleador es no poder dormir la noche anterior. A papá siempre le ocurría eso y debía de caminar para así, cansado, poder conciliar el sueño. Aquí en la ciu- dad es muy difícil caminar en paz. Siempre existe multitud de gente y por eso preferí quedarme en el hotel escribiendo una carta para mamá. Sería interesante poder leer días después del asalto mi propia letra y reconocer lo que creía respecto a la pelea y las cosas que se les dice a las madres cuando se trata de subir al ring. Mamá recibió mu- chas cartas de papá cuando este peleaba fuera de casa. Creo que ella aún las conserva. Ha tenido que acostumbrarse a esa forma especial que tenemos los Mendoza de decirnos lo que nos pasa. Martillito me dijo que debía salir urgente. Me contó que ha- bía problemas. Salió. No supe qué tipo de problemas hasta que me asomé por la ventana que daba a calle San Pablo. Eran las seis de la tarde y mi entrenador no regresaba y en la calle había una turba de carabineros enfrentándose con varias personas. Temí que mi pe- lea que estaba programada para las diez de la noche siguiente en el Estadio Chile se suspendiera. Pasaban tres horas. Mi entrenador regresó. –¿Qué pasa? –Nada. No pierdas la concentración. No será difícil de tum- bar– agregó. –Los mexicanos tienen buena fama– dije. Me sentía bien en mi peso. En dos semanas había alcanzado los 56 kilos reglamentarios.
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