El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

225 50 años del golpe de Estado en Chile Fue el fin de los tiempos de las poesías de Ernesto Cardenal y de la revolución. Mi mente y mi cuerpo quedaron en blanco, me endurecí. Partía en las mañanas en el Fiat 600 a contactarme con embajadores y a trasladar de casa en casa a mis compañeros de par- tido. Aprendí a negociar con los diplomáticos, como quien negocia exportaciones delicadas. Recuerdo perfectamente cómo en la emba- jada X estuve a punto de perder los estribos mientras el embajador hablaba con el de Y de sus últimos partidos de tenis, el té que to- marían juntos, la invitación a comer de su señora. Cortó y me dijo: –El martes a las cuatro de la tarde te esperan en la puerta. Comprendí que tenían claves entre ellos. Así fue siempre, me daban cita en las cercanías de las embajadas; casas de embaja- dores y consulados, a una hora acordada. Solo se abrían las puertas, mientras mi acompañante entraba, nervioso e incrédulo, mirando para todos lados. Me percaté de que en las pequeñas embajadas los guardia- nes, carabineros en su mayoría, eran jóvenes, casi niños, traídos desde otras regiones, y no entendían muy bien su misión. En la pe- queña embajada de S, donde asilaría a una cantidad importante de correligionarios, los carabineros me contaban sus penas, echaban de menos a sus madres. Muchos de ellos venían llegando del Sur, te- merosos en Santiago, una ciudad inmensa y en guerra, yo les llevaba chocolates, galletas o una Coca Cola. Mi vida continuó con la misma rutina hasta fines de oc- tubre, cuando fui a la casa del embajador de M donde ya estaban asilados importantes personeros de la UP, yo llevaba a un abogado, ex senador de la república, que había estado escondido en una ca- sucha. Como acordado, la puerta se abrió a las tres de la tarde, los guardias no estaban, él entró. Cuando yo me alejé para subirme al auto, vi cruzar desde la vereda del frente a un hombre alto, con un poco de pelo rubio aun en la nuca, que usaba anteojos oscuros. Le gritó algo, en un castellano confuso, a alguien que no vi. Y, mientras

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