El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

220 El tejido de la memoria repetíamos el mantra “el pueblo unido jamás será vencido”. Para nosotros los jóvenes, la fiesta no tenía fin, las peñas, las cervezas por metro cuadrado. Las mujeres vivíamos la libertad con frenesí, lo corto de las minifaldas era inimaginable y, los obreros, gritándonos piropos, nos causaban risas y confraternidad, no era acoso, era so- cialismo. El magnífico edificio de la UNCTAD, construido de la noche a la mañana, después de realizada la convención fue abierto al pú- blico. Obreros, estudiantes y profesionales almorzábamos muy bien por poca plata. Ahí surgieron romances inconcebibles. Nuestra com- pañera Gabriela desapareció una semana con un obrero metalúrgico, su padre la buscó por cielo, mar y tierra, ella tan campante volvió a su casa feliz, aunque muda. Los libros populares de Quimantú inundaban los quioscos callejeros, la gente iba leyendo en las micros: los niños, revistas po- pulares como Cabro Chico , los mayores, literatura clásica, El Quijote y otros tantos. La vida trascurría excesiva y loca, aunque por muy poco tiempo, un trozo demasiado breve de nuestras vidas. En los buses se armaban discusiones entre los que vivían en la algarabía, rostros sin dientes iluminados de los trabajadores, pre- gonando “ahora mandamos nosotros, tenemos el poder” y señoras recelosas persignándose ante tanta barbaridad. Dudú insistía en acompañarme a cualquier parte, a las pe- ñas, a la UNCTAD y a la escuela. Y lo peor, me declamaba cursis poemas de amor. Yo no encontraba la forma de deshacerme de él, sentía que limitaba mi libertad y mi goce en aquellos momentos memorables. Por fin, ya harta, le pedí a mis padres que lo reubicaran en otra casa, solo para huir de él. Me sentía dueña del mundo, tal vez demasiado soberbia y quería sentirlo todo, vivirlo todo, seguir militando, participar en las JAP, en el centro de alumnos de la uni- versidad. Le faltaban horas a mis días, como a otras tantas chicas que me rodeaban.