El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

206 El tejido de la memoria tuvieron allí presentes como fantasmas negros. Inmediatamente, el aludido asistente me vendó fuertemente los ojos (¿por qué no me los vendaron antes? ¿El hombre grande, blanco y rubio querría que no lo olvidara jamás?) ( 6 )… Greg Grey interrumpió un momento su lectura. Estaba em- belesado, confundido y conmocionado a la vez. Se acomodó como pudo en el sofá rojo y prosiguió: … Por los chirridos de las bisagras de la puerta y la vista hacia los pies que queda entre la tensada venda y el inabordable tabi- que nasal, me di cuenta de que me estaban subiendo sin violencia a un furgón blanco con un piso de metal diamantado, todo hermético y oscuro. Sentí a mi lado otro cuerpo. Levanté levemente mi cara hacia el cielo para mirarlo. Tenía barba, lo veía negro. Se quejaba mucho, jadeaba, con mucho dolor gimió su nombre… Lo bajaron en un lugar donde abrieron un gran portón me- tálico, solo para ingresarlo a él. Mucho tiempo después supe que era Villa Grimaldi. No entró el furgón. Partió rápido solo conmigo. Nos dirigíamos a Cuatro Álamos. Pude percatarme por la conversación, con la cara hacia el cielo y la vista hacia adelante, de que había dos personas al lado del chofer… Con un clip corroído, estaba adjunto un documento de cua- tro hojas. 6 () Gabriel nunca lo olvidó. A principio del año 2000, veinticuatro años después de lo ocurrido, lo citó la Policía dedicada a la investigación de las violaciones de derechos humanos durante la dictadura cívico militar en los años 74-76. Querían saber si re- cordaba haber estado con alguien en el furgón que lo trasladó a Cuatro Álamos. Le mostraron una foto: era Juan Héctor Moraga Garcés, detenido desaparecido. Gabriel recordó sus vendados balbuceos al lado de él, pero no podía recordar su rostro, era imposible hacerlo en esas condiciones, como se explicará en el relato de Gabriel que Greg Grey lee extasiado. Pero ahí también supo que el hombre grande, blanco y rubio era Rolf Wenderoth Pozo, oficial de Carabineros. Un policía había sacado de una robusta estantería un enorme libraco con miles de escritos y cientos de fotos, recorrió rápidamente las hojas con sus agiles y sabios dedos hasta llegar a una imagen. ¡Ahí está, señor! Él fue quien lo interrogó ese día. Gabriel miró por muchos minutos la pequeña imagen en blanco y negro del hombre grande, blanco y rubio que lo había torturado inútilmente.

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