El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

182 El tejido de la memoria Su histrionismo natural evidenciaba con antelación alguna sabrosura que relataría en medio de generosas carcajadas a las que yo me sumaba con el desparpajo asimilado en el Caribe. De pronto ese concierto hilarante me llevó a otro similar en mi niñez. Me vi pequeña, tal vez de unos cinco o seis años, acompa- ñada de mis hermanos, tratando de entrar a la habitación donde jugábamos durante las largas convalecencias de invierno. Mamá, aferrada al marco de la puerta nos impedía el ingreso, mientras daba alaridos; sus ojos reflejaban el pavor que le producía el “monstruo” escondido bajo el librero. Nosotros nos peleábamos por obtener la prueba y enrostrarle el error, pero la Lola, bautizada así por el primer nieto, era más fuerte y nos sacaba. La Juanita, que escuchó el escándalo desde la cocina, con su sabiduría y paciencia ancestral, la calmó, nos mantuvo a raya y ágil- mente se agachó a recoger el resto de pluma de avestruz que había perdido el plumero. Comparé ese rostro lívido de mis recuerdos de infancia, con esa risa en cascada que nuevamente me regalaba y yo atesoraba. La cálida noche tropical se dejó caer rápida y prendí la luz de la lámpara de vitral hecha por ella, único recuerdo del hogar que algún día compartimos felices. Molesta por la luz incandescente al parecer, una arañita se deslizó alegre hacia la superficie de la mesa del comedor, como si hu- biera llegado tarde al festín de mangos rosa, de cuya existencia daban fe sus semillas planas diseminados sobre la fuente aún perfumada. Vi que ella desvió su mirada hacia el pequeño animalito e intenté un ademán para sacarlo antes de que se desencadenara la escena a la que ella nos tenía acostumbrados desde niños. Pero ocurrió otra cosa: su bella mano izquierda, de cuidadas uñas rojas, me detuvo suavemente, mientras, con la otra, tomó deli-

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=