El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

166 El tejido de la memoria Remigio el corazón le saltó dentro del pecho: una emoción sorda, ciega y violenta comenzó a nacer en su interior. No podía ser que las cosas fueran así. Era inaceptable: era preciso hacer algo. Sin borrar aquella sonrisa de su rostro, Héctor volvió a dene- gar mientras daba otro paso, uno que lo dejó a escasos centímetros. A Remigio le pareció que podía sentir la respiración acezante de su amigo; entonces, vinieron las palabras susurradas. “Me siguen, me tienen, me usan como cebo. Salen a pasear- me, pero van de cacería. Vete del país en cuanto puedas. Mañana mismo”. Eso escuchó Remigio, alelado, con la piel de gallina, mien- tras daba el paso final, aquel que terminaba ese encuentro fortuito. No osó darse vuelta para observar a su amigo alejarse ca- mino de la muerte. No fue capaz, porque una suma de miedos se apoderó de él: que Héctor fuera a correr y lo mataran en ese mis- mo instante, que de la camioneta de vidrios oscuros que avanzaba a vuelta de rueda se bajaran los agentes para apresarlo, que a él le diera por ponerse a gritar que alguien los salvara, a gritar sus nombres para que se supiera qué había pasado. Pero nada podía cambiar la condena que pesaba sobre Héctor. Y lloró mientras caminaba aleján- dose de su amigo. Sus lágrimas caían en gruesos chorros mientras se aproximaba a la avenida, los ojos se le iban poniendo muy rojos y el sollozo le convulsionaba el tórax. Por suerte, los hombres del furgón de inteligencia no percibieron su estado, ocupados como estaban de no perder de vista a Héctor. Remigio caminó y caminó y caminó, hasta que salió del país, huyendo de aquella muerte implacable, hasta que llegó a París y lue- go a Marsella, donde se estableció y formó una familia. De allí vino de regreso a Chile un día caluroso de febrero, cuando nos contó esta historia terrible una larga noche, mientras esperábamos el auto que iba a llevarlo al aeropuerto de vuelta a Marsella. Dijo que no reconocía el país que abandonó hacía tantos años atrás. Le respondimos que nosotros tampoco, aunque viviéra-

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