El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

152 El tejido de la memoria Era una puerta de rejas de fierro pesada. Había dos de ese tipo en el velódromo. A continuación empezaron a girar a Roberto sobre sí mismo. Mi compañero de sufrimientos pensó, "ojalá le pe- gue al lado de la chapa". Sospechó que no lo habían dejado hacia la puerta, así que giró en 90 grados, agachó la cabeza y se lanzó como toro, rogando que hubiera adivinado la dirección y le diera a la reja. Le dio el chancacazo y sintió que la reja cedía y que la cabeza le es- tallaba. Atontado, se devolvió entre las risas de los interrogadores. ¡Casi la abre este huevón! De nuevo lo giraron sobre sí mismo. Era tal la desesperación de permanecer en el Estadio, que darle más cabezazos y morir en el intento era el mal menor. Roberto iba contando los giros. Sabiendo que el otro golpe tenía que ser un poco más a la izquierda de donde había dado el primero, se volvió en 180 grados, dio un paso a la iz- quierda, agachó la cabeza y partió, ahora, como toro enfurecido hacia la reja. Sintió que esta se abría y cayó de bruces. Aturdido en el piso se decía, "tengo que pararme, tengo que pararme". Logró ponerse de pie, sin saber cuánto rato estuvo tirado en el suelo con la conciencia perdida. Todo esto sucedía mientras los interrogadores hacían bro- mas y se reían a carcajadas de la situación. Habían hecho apuestas entre ellos, algunos que no abriría la puerta, otros que al segundo cabezazo y otros al tercero. Al parecer el jefe había ganado la apuesta por los comentarios que Roberto logró escuchar. ¿Se ganó la libertad este huevón, muchachos? Sí, dijeron, el “cabezón” se ganó la libertad. Ya, «cabezón», te vas a tu casa. Si vuelves a encontrarte con nosotros no saldrás vivo. Lo hicieron firmar el famoso papel que decía que él no había sufrido maltratos físicos ni psicológicos. A los pocos días mi amigo salió del Estadio, previo a pasarme diez “lucas” que se habían salva- do en el bolsillo de “perro”, junto a otros dos billetes.