El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
127 50 años del golpe de Estado en Chile ordenar mi fusilamiento que yo no sentí temor en darle mis impre- siones tal como él me las estaba pidiendo. Solo que antes de que yo dijera nada y como justificándose anticipadamente, el oficial vuelve a preguntarme –¿No te parece que esto no daba para más, que había que hacer algo?; ¿no te parece a ti?–. Entonces yo me atreví a decir que en verdad la situación era insostenible y que tal vez sí era nece- sario hacer algo frente al clima de crisis y polarización. Enseguida y en respuesta al oficial, no sé cómo se me ocurrió comparar lo que estaba pasando en el país con un partido de fútbol donde se había perdido el control y los jugadores se estaban dando, sin respetar al árbitro ni las del juego. Entonces, le dije, titubeante, que tal vez sí se necesitaba una intervención, pero una intervención neutral que castigara los excesos de ambos lados y reestableciera el orden y nos protegiera a todos los chilenos, porque las Fuerzas Armadas y de Carabineros están para protegernos a todos, pero eso no es lo que se está viendo en este momento. Desgraciadamente, proseguí yo, aquí claramente se está to- mando partido por solo uno de los bandos en conflicto. El oficial me miró y yo como que leí en su reacción que, grosso modo, él estaba de acuerdo con mi metáfora del fútbol. Rápidamente, el oficial agre- gó –Las cosas están muy confusas todavía. Toma tus libros y vete inmediatamente a tu casa y no se te ocurra salir de nuevo por las riberas del río, porque han sido declaradas zonas de seguridad–. ¡No podía creerlo! Tomé mis libros y empecé a caminar de regreso a casa, pero no completamente libre del temor de que de un momento a otro igualmente pudiera recibir una descarga por la espalda de parte de algún miembro de la patrulla, quienes parecían confundidos con las órdenes del oficial. Ahora bien, ¿quién era ese oficial cuyo rostro recordé por muchos años? Muchas veces pensé que en algún momento lo debía buscar y agradecerle por haberme salvado la vida. Pero, por otra par- te, también sentía que no había razón para estar agradecido, porque en realidad si él me salvaba la vida, la verdad, me la salvaba de sí
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