El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
118 El tejido de la memoria Aunque su arma estaba bien mantenida, aunque destacaba por su habilidad para acertar incluso corriendo, esa tarde no había logrado jalar del disparador. –Todos ellos ni siquiera lo pensaron– continuó– no tuvieron ninguna duda. Habían finalizado esta alegre exploración buscando dife- rentes plantas y hojas de árboles. Había anotado cada especie para los herbarios que el día anterior pudieron terminar con ayuda de la maestra. Tal vez, lo único extraño fue que la habían divisado sollo- zando con disimulo en el rincón de la sala. No podían saber de las angustias que la acorralaban desde que –la semana anterior– su casa había sido allanada mientras el hermano lograba perderse entre los campos vecinos. Caminaban saltando y gritándose a pesar de los mandatos de orden que ella reiteraba, mientras bajaban una de las últimas incli- naciones del terreno, persiguiéndose entre bromas. –Lo que ocurrió es que alguien entregó el dato de que estaría por allí todavía. Que por las noches se acercaba a alguna rancha a buscar víveres. –Por eso todos íbamos nerviosos y con ganas– detalló. –Otra cervecita para que no se le seque la garganta– dijo a modo de intermedio. –El sol estaba como fuego y todos íbamos ardiendo de calor y de excitación ante el operativo a desarrollar. Todos queríamos ser el que le diera alcance. Cada uno soportaba la sed, el tierral y los obstáculos del campo– continuó recordando. –El de más adelante hizo señas ordenando silencio, cada uno adivinó que algo se presentaba y queríamos que fuese él. No había quién no quisiera ser el que lo detuviera o, más bien, quien lo eli- minara. Por eso llevábamos el índice en el disparador y bala pasada. Ah! Y en automático. Había pequeñas subidas y bajadas por las que tantas veces jugaban durante las tardes de la rifa de fines de año, que cada vez
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