El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

117 50 años del golpe de Estado en Chile disimulo esa afectación en la boca ante cada pitada, fue dejándose llevar –a pesar de su voluntad– entre los caminos polvorientos que los ensuciaban, invistiéndolos de cierto perfil de veteranos en esa guerra que llegó una mañana, transformando sus rutinas. Iban por las cercanías del paraje agreste y aislado, transpira- ción y polvo pegados a las ropas de combate y las miradas resueltas. Debían llegar antes de mediodía y operar de inmediato, porque el antiguo asentamiento era un nido de extremistas –les habían dicho–. –Porque era cierto mi sargento– verdad. De otra forma no hubiesen hecho todo lo de ese día. Tenía fama de loco, aunque en el lenguaje común esa pala- bra significaba muchas cosas diferentes y no siempre apropiadas a quienes eran tildados así. Tal vez eso ayudó a tender el manto que posteriormente pasó a convertirse en la única verdad acerca de aque- lla operación. –¿Otra cerveza?– Sí, otra– respondió en voz baja. Sabíamos que era guerra, así es que cada paso podía ser el último. Como conocían los nombres fueron buscando de rancha en rancha. Y las reacciones resultaban idénticas (chillidos de mujeres y niños, miradas de pavor y palidez en los hombres). Había que actuar con rapidez y dejar claro que estos pasaban a ser tiempos de auto- ridad, disciplina y obediencia. Por ello es que debían rastrear cada centímetro de los pastizales y arrearlos– porque era como cualquier arreo– hasta dejarlos suficientemente aislados de cualquier intruso. Habían transcurrido más de quince años de todo eso. –Y usted, ¿disparó como decían? –Porque– se respondió– para todos resultó una sorpresa su baja anticipada y, en realidad no sabía si continuar, quienes lo cono- cimos más sabíamos que usted no tenía ninguna enfermedad que le afectara la razón– completó. –Eso fue lo más curioso. Jamás disparé.

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