El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile
115 50 años del golpe de Estado en Chile en los bolsillos de su abrigo. No me acuerdo bien si ya había dejado de fumar antes, pero esa vez lo vi con un cigarrillo tembloroso entre los dedos y solo la demanda urgente de un lugar en donde recostarse. Creo que durmió una semana entera, al menos era lo que parecía, pues mamá solo lo atendía en el dormitorio y nosotros no podíamos entrar. El tiempo pasó y la vida se fue llenando de otras penas, in- quietudes y olvidos nuevos que afrontar. Pero cuando el dictador hablaba en televisión papá despotricaba como un enajenado pro- nunciando mil garabatos, muchos de ellos inventados por él mismo. Pero nunca, jamás contó lo que le habían hecho en ese cuartel mal- dito de Tejas Verdes. Y una mañana fría que llegó de improviso, entre toques de queda y paros nacionales, me pilló estudiando en la universidad con la precariedad endémica de la pobreza aferrada a la piel. La prima- vera de 1984 en Santiago lucía dantesca. No había tiempo de apre- ciar belleza, pues la muerte y la lucha rondaba por doquier. Me vi envuelto en toda esa vorágine y el relato se torna amargo cuando te acuerdas de quienes ya no están. ¿Cómo se podía seguir estudiando en esas condiciones? Contarle a papá no fue fácil, pero creo que él entendía mucho mejor de lo que yo lo hacía en ese momento. Nunca es fácil y nadie dijo que lo sería me dijo aquel día. Lo fui a ver al hospital y me dejaron entrar porque mamá estaba, como siempre, a su lado. Estaba tendido en su cama, el rostro vuelto hacia la pared y los ojos cerrados. Augusto, te vienen a ver, le dijo mamá y entonces me miró y sonrió. Llegaste, me dijo, y acercó su mano a la mía, y yo pensando que nunca lo había visto tan débil. Él, que siempre había sido un hombre fuerte, el que para mí era un héroe de películas va- queras, que sufrió barbaridades que nunca contó, que tenía el brillo de la vida por doquier, ahora se apagaba y me dolía el alma. Es en- tonces que me dice, creo yo ahora a modo de despedida, que nunca, nunca olvides me pide un poco agitado. Nunca, papá, le digo, nunca.
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