El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

113 50 años del golpe de Estado en Chile en ningún partido, no era miembro de ninguna agrupación de apoyo o guerrilla o qué sé yo. Nada de eso. Solo había sido dirigente de un sindicato de la Química S.A. de Llolleo alto y nada más. No como mis tíos que fueron más vivos, creo yo. Eran dirigentes de otra em- presa y se asilaron luego de estar un tiempo encarcelados. Se fueron a Suecia y hasta el día de hoy, nadie de la familia ha regresado. Mi viejo nunca tuvo esos contactos. Lo vinieron a buscar un sábado en la tarde. Era principios de mayo y el frío ya se hacía sentir. Había llovido algunos días atrás y la tierra desprendía ese olor pegajoso a humedad que se impregnaba en la ropa y en los poros de la piel. Era una camioneta Chevrolet C10, con pintura de camuflaje y una ametralladora punto 30 sobre el techo montada. Causaba espanto para un niño de doce años que entraran a tu casa milicos furiosos y lo arrastraran hasta la camione- ta y se lo llevaran. Mamá solo lloraba, yo abrazaba a mis hermanas y temblaba de miedo y de rabia creo yo. No lo vimos por meses, años quizá. En un momento que no logro determinar, perdí la noción del paso del tiempo. Era como si lo hubiésemos olvidado, como que nunca existió. Al menos eran las impresiones que tenían los mayores, en las pláticas después de almuerzo, como a escondidas y siempre en voz baja. “No va a volver Sylvia, no lo esperes”. Y yo corría al patio y pateaba esa pelota de plástico con rabia porque a ese que no volvía yo lo quería como pa- dre, aunque no me hubiera engendrado. Pronto llegó el verano y acabadas las clases me lanzaba a recorrer todos esos lugares recónditos que sólo yo conocía. Teníamos un grupo, la pandilla decía mi mamá. Solíamos explorar el bosque buscando casquillos de balas que había por doquier. En esos años el Ejército hacía ejercicios militares todos los meses en el bosque frente a nuestra casa y las explosiones y disparos en la noche nos sacudían y asustaban en la soledad de nuestras camas. Después entendí que eran una manera de ocultar tantas atrocidades que cometían.

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