El tejido de la memoria: 50 años del Golpe de Estado en Chile

112 El tejido de la memoria volvería. Había tomado la decisión drástica de curarse de su adicción al trago y no había vuelta atrás. Después supimos que era el Open Door, sí, el que en esos años estaba solo para encerrar a locos rema- tados y que solían andar desnudos en pleno invierno por los patios del recinto. Una de las pocas cosas que nos contó papá más adelante. Pocas, tan pocas cosas. Lo mismo de su paso por Tejas Verdes y ese terror inhumano que nos recorre el espinazo cada vez que nos acor- damos. Porque vivíamos cerquita, a unas pocas cuadras. La Avenida Arrayán, que llevaba al regimiento, era nuestra calle, al frente había un pasaje angosto que llevaba el estero San Pedro, al bosque, a la desembocadura del Maipo y la playa de Llolleo. Esos eran los límites de mis aventuras de niño. Papá se fue esa misma tarde y nos dejó en la más absoluta de las miserias. Corría el año 1977 y mi hermana, que me sigue en edad, tenía solo cinco años. Yo a la fecha ya estaba en mis doce, pero pronto me convertí en un viejo por las responsabilidades que tuve que asumir por el vacío que él dejó, y porque mamá casi no des- cansaba de tanto trabajar en lo que viniera para poder sostenernos. Fueron tiempos difíciles, tiempos de miedo y de muerte también. Me acuerdo que papá escondió a alguien después del golpe. Era un cocinero de la marina mercante. Un enorme hombre que siempre llevaba un abrigo negro y ostentaba una frondosa barba gris que es- taba algo amarillenta por su adicción descontrolada de fumar pipa. Se pasaba el día entero con la pipa en la boca. Era el que le cocinaba huevos de pescado a mi mamá embarazada de mi segunda hermana en esos años. A veces me lo topaba en el patio algo silente, porque solo hablaba a ratos y lo necesario. Mi papá le pasó unas pocas cosas y le adecuó un cuarto que usaba de bodega donde estuvo por meses sin salir. Hasta que un día lo hizo y nunca más lo volvimos a ver. Mi papá esa noche llegó con esa pistola plateada de cacha de hueso que escondió en uno de los cajones de la cómoda y que me prohibió terminantemente tomar. ¿Cuál fue la causa? No lo sé. Él no militaba

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