Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
Espectáculo en la era de la felicidad / Federico Galende – 95 burguesía levantó los cimientos de la modernidad cultural sobre una paradoja que perdura hasta el día de hoy. Por un lado, impulsó la destrucción del genio, la inspira- ción y el talento como cualidades nobles o cualidades de la aristocracia, generando así condiciones para la participación igualitaria de todos los hombres en los proce- sos de creación de sus modos de vida. Es lo que está en el programa lógico de Hegel, según el cual la sustancia o la masa se convertiría en sujeto. La lógica del carnaval tie- ne que ver con el hecho de que no hay hombres que sean más inteligentes que otros hombres, sino hombres que hacen de la inteligencia una sierva de su voluntad, que hacen un uso singular de una inteligencia que es en común. Pero por otro lado, la burguesía levantó los cimientos de la modernidad cultural sobre el maná de la sospe- cha, sobre la capacidad de algunos hombres para percibir en la espectacularización de la vida lo que otros no pueden percibir. Es de lo que trata la crítica del espectácu- lo, opuesta a aquella de los modos de producción de vida igualitarios. La paradoja consiste en que la modernidad cultural instauró un principio de horizontalidad en el seno de la sociedad vertical que la precedía, pero instauró a la vez un principio de verticalidad – el de la crítica del espectáculo – en el seno de la horizontalidad que propuso. No es fácil salir de este nudo, nos cuesta hacerlo. El peligro de esto último está anclado a un tipo de crítica que se obsesiona cada vez más con las imágenes y sus dobles, con el engaño de las imágenes: los hombres viajan en conjunto hacia una catástrofe que no son capaces de ver. Esta creciente ob- sesión por cuidar al hombre del engaño del espectáculo no nació durante los sesenta, con las quejas de Godard acerca de que habíamos desaprendido a ver9, o con las denuncias de Debord sobre la sociedad del espectáculo10 . Tampoco es probable que haya nacido en la época en que las vanguardias soviéticas llamaban a desarmar la ilu- sión burguesa. Nació ya hacia mediados del siglo xix, en un contexto especifico en el cual el descubrimiento fisiológico de la multiplicidad de los instintos y las diversas excitaciones del sistema nervioso coincidieron con la irrupción de las multitudes populares en una ciudad donde la proliferación de escaparates, vitrinas, carteles e imágenes las hacían partícipes de un mundo en el que se podía compartir el goce, el conocimiento y la entretención. De ahí en más, el conocido esmero izquierdista por denunciar el artificio de las imágenes y el divertimento vacuo de las masas empezó a guardar más de una relación con la fobia ilustrada de ese orden conservador que em- pezaba a ver con malos ojos que las multitudes discurrieran en las calles, se tomaran la palabra y participaran de la reconfiguración de un espacio en común. El maná de la sospecha ha solido imponer la risa irónica a la carcajada maledu- cada, al mostrar lo desorientado que están los hombres: “[h]ace cuarenta años – dice 9 Cf. Jean Luc Godard, Historia(s) del Cine (1978; Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2007). 10 Cf. Guy Debord, La sociedad del espectaculo (1967; Valencia: Pre-Textos, 2005).
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