Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

94 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento Benjamin sobre el final de ese ensayo: “el hombre, antaño espectáculo para los dioses olímpicos, ha alcanzado tal grado de alienación que ahora asiste al espectáculo de su propia destrucción con un goce estético de primer orden” 7 . El yo ante el espejo de Lacan es, en ese mismo año, aquel de las masas proletarias reflejándose en la ima- gen del cuerpo acerado del Reich, una imagen que las despoja del famoso temor al cuerpo-en-pedazos. Y, entonces, se supone que, así como la mujer melancólica pue- de ver ante el espejo el rostro de su madre o de cualquiera menos el suyo propio, así también las multitudes oprimidas de Alemania ven en la toma contra-picada del lí- der monumental (a lo Riefenstahl) el cuerpo que las resguarda y, a la vez, las oprime. El coqueteo de Benjamin con las vanguardias rusas comienza a pasar de ahí en más por la deconstrucción del espectáculo, en términos de la exhibición del trabajo y el sudor. Siempre el hombre ha tenido que sudar para conseguir sus cosas, y eso hay que mostrarlo siempre o casi siempre porque, como dice Boris Groys, la historia cuenta con tres casos mágicos en los que eso no ocurrió, tres casos olvidados en los que los hombres consiguieron con el mínimo esfuerzo un logro máximo. Mencio- nemos esos tres casos: en el siglo V antes de Cristo, Diógenes se sienta encima de un barril y con ese solo gesto se convierte en filósofo; diecisiete siglos más tarde un señor llamado Francisco de Asís, un señor que ama mucho a los pobres, se quita has- ta los calzones y con ese gesto mínimo se convierte en santo; en el siglo xx, Marcel Duchamp compra por ahí un urinario que ni siquiera se toma el trabajo de cargar y con eso se convierte en artista. Tres ejemplos que bastan para notar la importancia de la performance en el acto de lograr lo máximo sin hacer nada. ¡Tres ejemplos en cuatro mil años! Pero tres ejemplos al fin. Lo importante, sin embargo, no son estos ejemplos, sino cómo ellos se abrevian en otra actividad humana colectiva de corte performático que tampoco requiere de mayor trabajo. Esa práctica performática co- lectiva es el carnaval. El carnaval es un proceso colectivo de producción de modos de vida en el que la teoría crítica del espectáculo o el reflejo no tiene mucha importancia pero, a la vez, comporta un tema respecto del cual esta teoría permite ser medida. Representa el momento débil del arte singular de teorizar frente al poder performático del arte co- lectivo de autodeterminarse. El invaluable ensayo de Mijáil Bajtin sobre el carnaval y sobre la carnavalización de la vida, da cuenta de un momento de felicidad anónimo, el cual fue reprimido en el curso de la época burguesa por una idea de cultura que sublimó la función antinómica de la carcajada en las figuras de la ironía o del humor distante 8 . Lo que me parece que está al centro de este problema es lo siguiente: la 7 Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica,” en Obras , vol. 2 (1936; Madrid: Abada, 2008), 85. 8 Citado por Winfried G. Sebald, Pútrida patria. Ensayos sobre literatura (Barcelona: Anagrama, 2005), p. 82

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