Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

Espectáculo en la era de la felicidad / Federico Galende – 93 ción constructivista en el arte buscó desarmar la lógica del espectáculo, poniendo en conexión dos cosas: la caída de la magia con la aparición del sudor y del trabajo. Esta conexión, desde Marx en adelante, constituye el trabajo de la crítica: sospechar de todo lo que se nos presenta en términos ilusorios o improductivos. La matriz crítica se funda en una lógica de la sospecha respecto del medio, respecto del signo y respecto, por lo tanto, del espectáculo, mostrando que detrás de la improductividad del arte no hay ninguna magia, sino mucho trabajo y sudor. El crítico, apenas da sus primeros pasos, ya sabe sospechar de todo, pero como no todos pueden alcanzar este estatus, entonces esta sospecha recae sobre la percepción de lo que los demás no ven. El desarrollo de la crítica y la deconstrucción racional de la magia se vuelven partes de una misma pieza. Para que sean parte de una misma pieza, el espectáculo tiene que ser leído como un doble, como el doble de algo, en parte porque el spectare comparte su raíz con el espejo o con lo especular. Así, la natural separación freudiana entre un núcleo de verdad material y una verdad elaborada en términos históricos, es traspuesta desde el malestar a la lógica del espectáculo. De alguna manera es lo que está presente en la célebre conferencia que, en 1936, Lacan dedica al tema del yo ante el espejo, en una visita a Marienbad, al Congreso de Psicoanálisis de Marienbad. Lo que Lacan expone allí es también una suerte de paradoja, consistente en que el momento de la identificación del yo ante el espejo pasa por su expropiación en la imagen 5 . Allí está el yo, pero también están el reflejo y el otro. Entre el yo y el espectáculo de su imagen hay algo que cae, un resto excremental, pongamos que el objeto a, el petit a, etc., una mancha caída en medio del reflejo que no aparece y que, si aparece, se vuelve enton- ces peligrosa. ¿Por qué? Porque algo que no debía aparecer, aparece y, entonces, la falta se pone a faltar. Es lo que en su primera parte de Ser y tiempo Heidegger tensio- na entre el ser que se da la espalda a sí mismo en el arrojo al espectáculo del uno, y el ser que se toma a sí mismo entre manos y se trae al estar en el mundo en cuanto tal: la caída del espectáculo, la angustia 6 . Como sea (no tenemos tiempo para desarrollar aquí este problema), no deja de ser curioso que lo primero que hace Lacan después de dictar aquella conferencia es tomar un tren a Berlín para asistir a la inauguración de las olimpiadas. Se trata de un parisino que está visitando Berlín en el mismo momento en que un berlinés exiliado en París está iniciando los trámites para obtener – de una vez por todas – la nacionalidad francesa por la persecución de los nazis. El que está enredado en estos trámites es Walter Benjamin, quien ese mismo año de 1936 concluye su ensayo sobre La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica . Recordemos lo que dice 5 Jacques Lacan, “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” en Escritos vol. 1 (1949; Buenos Aires: Siglo XXI, 2003), 67-85. 6 Cf. Martin Heidegger, Ser y tiempo (1927; Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1997), 153 (§ 27).

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