Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
De la cultura del libro a la cultura de las pantallas / Serge Tisseron – 89 los haría vigilar por su policía. Entonces, él va a obligar a su futuro primer ministro a vivir cerrando las cortinas de sus ventanas… La reunión de estos tres films produce una situación en la cual es imposible sa- ber dónde termina la confidencia y dónde comienza el juego. No sabemos nunca si lo que él dice refleja lo que presenta habitualmente de su vida pública, si la reserva es más bien para algunos – sus cercanos –, si actúa… o, incluso, si aquello corresponde a facetas de sí mismo que oculta habitualmente, las cuales nos confiaría con ocasión de la grabación del film. ¿Pero no es esta, acaso, precisamente la regla de la vida cotidiana? En conclusión Vemos que el arte no está solamente destinado a volver visible, bajo una forma acep- table para la conciencia, la violencia de las pulsiones según el modelo freudiano de la represión y de la sublimación, ya que esta violencia se encuentra en todas partes visible a través de los medios y en Internet. En cambio, el arte toma un rol nuevo mediante el levantamiento de los clivajes instituidos (e institucionales) que nos con- ducen a cada uno de nosotros a encajar en cada espacio distinto, anteojeras siempre diferentes que imponen los poderes en juego. Las aproximaciones inesperadas del arte nos obligan a ver aquello que estos clivajes estaban destinados a ocultarnos. El problema hoy en día es, en efecto, la tentativa de los poderes instituidos por con- ducirnos a pensar el mundo a través de categorías distintas. La economía tiene sus exigencias, lo humanitario y la creación las suyas, y así sucesivamente. Cada uno de estos dominios se encuentra instituido según sus propias exigencias, de tal modo que todo esfuerzo por introducir en uno de estos dominios exigencias relativas a otro, es percibido como totalmente irreal o irresponsable. En cierto modo, se trata del recorrido que inauguró Marcel Duchamp, si bien él nunca inscribió su acción en algo más que una preocupación por la subversión del arte mismo. La exposición de su famoso urinario no levanta, en efecto, ninguna forma de represión, sino que tiende a romper el límite artificialmente establecido entre un objeto único, fabricado por un artista, y un objeto fabricado en serie con el único objetivo de servir a un uso preciso. Duchamp habría podido, además, tomar cualquier otro objeto fabricado como un urinario, pero es probable que la elección del urinario estuviera dirigida precisamente a mostrar que incluso los utensilios des- tinados a funciones corporales, consideradas como las menos dignas de interés, eran capaces de rivalizar con creaciones artísticas. Por supuesto que, sobre este camino, una trampa acecha: aquella de creer que basta desplazar un objeto de un espacio a otro para darle de golpe un mismo valor de subversión. Lo que Duchamp hizo por una vez en el dominio artístico ya no se puede realizar más. No obstante, su mensaje principal es todavía válido, a condición
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