Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

La experiencia agotada / Sergio Rojas – 53 siempre relativa aprobación de sus supervisores – obtienen el reconocimiento a la tarea que, en cada caso, les da una identidad, un lugar en el universo: “cuando estoy fuera del súper, alejado de las miradas que me podrían enjuiciar, me apeno. La ver- dad es que no soy de fierro y la oscuridad realista de la calle me resulta francamente perturbadora” 21 . El artificioso orden de los objetos en el supermercado, las normas protocolares claramente establecidas, los horarios que rigen la fría cotidianeidad en su interior, hacen posible conjurar el caos de la calle, olvidar durante la jornada labo- ral esa otra realidad, una exterioridad que carece de “solución”. “El súper es como mi segunda casa. Lo rondo así, de esta manera, como si se tratara de mi casa. Me refugio en la certeza absoluta que ocasionan los lugares familiares” 22 . Pues el supermerca- do como “hábitat” satisface en los empleados la necesidad de orden, viene a colmar una falta de necesidad padecida por existencias que ahora parecen nacer recién a “la autoconciencia” con el lugar que se les ha asignado en la cadena de la producción. La condición primera de este proceso que se desarrolla en la subjetividad no está en la conciencia del individuo, sino en la naturaleza de la función misma. Porque se trata, en efecto, de tareas que un individuo no podría llevar a cabo sin identificarse con ellas, suprimiendo todo “resto” de subjetividad no integrada, como si ésta com- portara un peligroso residuo de inadaptación que, luego, podría traer consigo un potencial de insatisfacción insoportable. “Circulo y me desplazo como una correcta pieza de servicio. ¿Quién soy?, me pregunto de manera necia. Y me respondo: ‘una correcta y necesaria pieza de servicio’. No me respondo nada. Actúo silencioso en los pasillos resistiendo a la multitud desaforada que escarba y busca megalómana com- pletar su próximo festín en una oferta” 23 . La identidad “objetual” que la función pro- porciona al individuo opera en éste al mismo tiempo como un sistema de virtudes, por cuanto implica una determinada comprensión del funcionamiento del mundo y, también, del lugar fundamental que el funcionario ocupa en él. La subjetivación es el proceso de hacer ingresar la realidad exterior, la factici- dad de lo trascendente, en los parámetros de comprensión (percepción, orientación, conocimientos, etc.) de la experiencia del sujeto. Así, lo que se subjetiva no es pro- piamente “el mundo” (pues éste es ya resultado de una subjetivación), sino el exceso del mundo, su intensidad, su horror. Es decir, el asunto de la subjetivación es una experiencia imposible de lo real, una experiencia cuya posibilidad no existe, por- que excede el patrón categorial del sujeto. Dicho de otra manera, se trata de una “experiencia” que no podemos asumir, que no logramos incorporar a nuestro ethos : la experiencia insólita de que no existe el mundo, o de que no existe un lugar para nosotros en el mundo. 21 Ibíd., 270. 22 Ibíd., 292. 23 Ibíd., 294.

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