Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

52 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento Los personajes de la novela Mano de obra se circunscriben a un supermercado; ese es el “mundo” en el que existen. Todos los códigos de su modo de percibir y com- prender el orden de las cosas y de las personas han nacido de las diversas funciones desempeñadas en el supermercado y, también, de su desesperado afán por mantener- se trabajando en éste. Para un encargado de supermercado – una suerte de uniforma- do del sistema de ofertas – , los clientes constituyen una realidad cuya esencial avidez es como una energía necesaria al sistema, pero a la vez resulta amenazante para el orden general de la máquina: “[l]os clientes murmuran de manera atolondrada y, plagados de gestos egoístas, impiden que los demás compren. Ah, ellos obstaculizan las mercaderías cuando se apoyan en los estantes y con el codo malogran hasta des- trozar las mejores verduras” 19 . Los clientes se comportan como criaturas en “estado de naturaleza”, seres egoístas incapaces de comprender el orden que hace posible el adecuado funcionamiento del sistema. En ese momento, el funcionario del super- mercado se transforma en un observador de la “condición humana”, siendo esta una naturaleza insubordinada, la cual exhibe un rostro desagradable y hasta repulsivo, pero se trata de la misma “naturaleza” que hace funcionar el sistema. Ocurre como si la condición de “cliente” transformara las necesidades naturales del organismo humano – las que supuestamente habían de manifestarse “libremente” en el mer- cado – en un absurdo y caótico amasijo de caprichos. El apetito parece, entonces, desorientado: “Ah, estos clientes. Mezclan los tallarines, cambian los huevos, alteran los pollos, las verduras, las ampolletas, los cosméticos. […] Tocan los productos igual que si rozaran a Dios. Los acarician con una devoción fanática (y religiosamente precipitada) mientras se ufanan ante el presagio de un resentimiento sagrado, ur- gente y trágico” 20 . ¿De dónde surge esta indeterminación, esta desatada avidez? No viene desde la estatura natural del cuerpo, sino desde la confrontación del inquieto malestar de la subjetividad individuada con la oferta variopinta del supermercado. Aunque “el cliente siempre tiene la razón”, lo cierto es que nunca sabe lo que quiere. Pero ese comportamiento de los clientes, con todo su descontrol, constituye, sin embargo, la inexplicable fuente de “energía” que dinamiza a este universo de consu- mo. Es, precisamente, esa “necesidad infinita”, la cual no alcanza a ser comprendida por los mismos agentes del consumo, la que debe ser despertada y satisfecha en el mercado, de manera también infinita. Para los funcionarios del supermercado, habituados tanto al orden como al trabajo de mantener su funcionamiento, aquel espacio se ha transformado en su domus tutelar . Cada cosa tiene su lugar, mientras las personas que allí laboran tam- bién reconocen aquí su sitio, porque – bajo la mirada del cliente agradecido y la 19 Eltit, Mano de obra , 255. 20 Ibíd., 256.

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