Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
La experiencia agotada / Sergio Rojas – 51 coherencia interna – la competencia individual, el sentimiento de filiación y el ejer- cicio de sólidas estructuras y jerarquías de poder. Sometido a procesos de produc- ción y evaluación permanentes en prácticamente todas las dimensiones de su exis- tencia, el individuo siente que su vida le ha sido enajenada y, entonces, el malestar con el cual debe lidiar cotidianamente consiste en la tarea de reparar una y otra vez el principio de la individualidad , el espejismo de una soberanía a partir del cual se res- tablece la posibilidad del “diálogo consigo mismo”, esa enigmática dinámica privada en la que consiste aquello que se denomina vida interior . Conducidas o replegadas en los límites de lo social, las existencias de los individuos presienten la aterradora facticidad que les aguarda un poco más allá; no sólo el hambre y el abandono sino, también – y ante todo –, el “caos” de una intemperie sin ley. Entonces, sabiéndose en las fronteras de un mundo que, aunque despiadado, funciona severamente regulado, los individuos se aferran a los órdenes, se someten a las normas como si se tratara de las últimas barandas que contienen sus cuerpos antes de caer en el abismo de intere- ses desatados y sin nada a qué aferrarse. Cuando la subjetividad siente que, en su cotidiana sobrevivencia, se ha entre- gado a procesos que tornan fácticamente irresistible la violenta organización de la realidad, entonces debe de alguna manera hacerse parte de esa misma realidad, en- tenderla y colaborar, para no terminar siendo aniquilado por aquella. Horkheimer escribía: “[s]e inculca al individuo, desde sus primeros pasos, la idea de que sólo exis- te un camino para saber manejárselas en este mundo, el de abandonar la esperanza de una máxima autorrealización [sacrificando sus posibilidades por complacer a las organizaciones de las que forma parte]” 17 . Por lo tanto, esa misma resignación que relega al individuo hacia una especie de “fuera” de lo social, opera paralelamente como un elemento fundamental de su iniciación social. El individuo deviene, así, un funcionario de lo Real , porque esta es la única posibilidad de hacerse un lugar en medio de un pre-potente campo de fuerzas que opera a partir de la absoluta inter- cambiabilidad de los individuos en el mercado. Nada ni nadie es imprescindible . Los individuos luchan por hacerse necesarios, trabajan para llegar a exhibir las creden- ciales de un empleado ejemplar e irremplazable, lo cual requiere llegar a identificarse con la función que se les ha asignado. La cuestión en El malestar en la cultura es que la conciencia nace con la prohibición, y se intensifica con el aumento de las restric- ciones; de hecho, el yo surgiría de la imposibilidad de satisfacer inmediatamente las pulsiones 18 . 17 Horkheimer, Crítica , 153. 18 Ocurre entonces como si en cada caso la función – en sí misma anónima y siendo apenas un eslabón en la cadena de producción y control – adquiriese conciencia, una especie de “vida interior”. El funcio- nario es un dispositivo de subjetivación, desde donde el yo observa e intenta colaborar con el orden del mundo.
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