Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
La ambigüedad del arte / Carlos Ossa – 45 hecha de deuda y duelo. Sin duda, la política imagina el esplendor y ambiciona lo sublime y el arte espera recuperar la prosperidad del afuera; pero eso no es posible, ambos atravesados por los vestigios de la historia deben construir imágenes para to- mar posesión de esas cosas irrecuperables a través de los trozos, los detalles y el modo esquivo que tienen de permanecer sin entregarse. Las imágenes no pueden devolver nada, a lo sumo, ficcionan un retorno débil, expuesto a la desintegración de su testi- monio cuando descubrimos que son un suplente. La política – muchas veces – usa al suplente de promesa, y el arte, de vez en cuando, trae lo que no está. El museo acumula bienes para tener recuerdos; la industria cultural produce re- cuerdos para tener bienes; la vanguardia artística crea bienes y recuerdos para tener utopías. Y, sin embargo, en algo son distintos. La vanguardia fue un museo del fu- turo que inventó una imagen en crisis obligada a decir de sí lo demás. Ese excedente que se ha convertido en patrimonio no completa ni resuelve el problema estético acerca del inicio y la desaparición; algo queda en espera: El origen, aun cuando es una categoría enteramente histórica, no tiene sin embargo nada que ver con la génesis de las cosas. El origen no designa el devenir de lo que ha nacido, sino ciertamente de lo que está naciendo en el devenir y la declinación. El origen es un remolino en el río del devenir y arrastra en su ritmo la materia de lo que está apareciendo. El origen nunca se da a conocer en la existencia desnuda, evi- dente, de lo fáctico, y su rítmica sólo puede percibirse en una doble óptica. Por una parte, exige ser reconocido como una restauración, una restitución, por la otra como algo que por eso mismo está inconcluso, siempre abierto. […] Por consiguiente, el origen no emerge de los hechos comprobados, sino que se refiere a su prehistoria y su posthistoria” 12 . Entonces, el malestar podría ser el arte, ya no de los vencidos de la historia, sino de quienes necesitan una para imaginar su derrota. 12 Walter Benjamín, El origen del drama barroco alemán (1928; Madrid: Editorial Taurus, 1990), 44.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=