Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
42 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento violencia del signo multitudinario, que sirve aWalter Benjamin para indicar la coac- ción del arte y la política por un régimen donde el lenguaje y la materia se entregan al capital y el poder. La estética, entonces, fuerza un alejamiento del mundo que no puede producir, y habita un más allá fabricado con los restos del presente, que trasla- da el fundamento de lo político al arte a través del espectáculo. La estética fascista de la violencia, por ejemplo, es el lugar privilegiado de una visualidad concentraciona- ria, es decir, de una modalidad de lo visible cerrada y autosuficiente, donde se relata el destino de una comunidad orgánica, limpia y superior, cuyo arte – como principio emancipatorio – se convierte en estetización de la muerte y alegoría del final. En esta línea, Eduardo Cadava señala: En la medida en que la esencia de lo político debe buscarse en el arte, no hay estética o filosofía del arte que pueda deshacer el vínculo entre arte y política. En La obra de arte y en Teorías del fascismo alemán , Benjamin interpreta la estética fascista de la violencia (con todos sus adornos y espectáculos, el Nazismo probó ser, tal vez, el régimen con mayor conciencia estética de la historia) como la culminación de l’art pour l’art . “Esta nueva teoría de la guerra que tiene su origen rabiosamente deca- dente inscripto en la frente”, escribe Benjamin, “no es más que una transposición descarada de la tesis del l’art pour l’art a la guerra” (cv 49 / gs 3:240) 7 . En la modernidad el arte sólo puede afirmar una autonomía precaria, construida con los saldos visuales de la metafísica y la subjetividad, en un movimiento pendu- lar de afirmación de las mismas (el modernismo) o ruptura (la vanguardia). Ya no se puede cumplir la premisa kantiana de una moral de la naturaleza experimentada inocente y estéticamente, pues la imaginación es la potencia mercantil del pensa- miento cuando este, a su vez, es la planificación matemática del terror: de esta suer- te, el malestar es parte de una estética trágica que el sujeto padece. Tome la forma de la angustia psicoanalítica o el melodrama televisivo, siempre necesita elaborar una puesta en escena. La imagen articula la mimesis y la racionalidad de lo existente, desplazando al arte de la función de verdad que inauguró la Ilustración, pero lo existente encarna la instrumentalización de los cuerpos, la vigilancia y la domes- ticación de los afectos. La historia no es lo inesperado del sujeto, sino su caída en la previsión y el cálculo. La industria cultural y el museo producen las imágenes de esta situación en forma de flujo y monumento, lo breve y lo conmemorativo dividen el presente en dos: masas e individuos. Las masas hablan “el autoritarismo” de la técnica, eso nos han enseñado y lo usamos para despreciarlas y reprimirlas, sin voluntad y replicando un orden que las supera, se entusiasman con el chantaje, la 7 Eduardo Cadava, Trazos de luz. Tesis sobre la fotografía de la historia (Santiago: Editorial Palidonia, 2006), 101.
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