Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

La ambigüedad del arte / Marie-Claude Lambotte – 35 Así considerada, la función del artista frente al malestar social se mueve entre dos prácticas de acción, sea que apunten hacia el efecto estético (la fascinación del espejo), sea que lo hagan hacia el efecto artístico (el riesgo de la forma). Evidente- mente, esto se despliega a nivel de una evaluación por entero relativa, en la medida que la Cosa artística, surgida de la obra creada, reposa, aunque no únicamente, sobre el proceso estético que la sostiene. Se podría incluso decir que el efecto estético re- presenta una condición necesaria, pero no suficiente, del efecto artístico; de hecho, este último desplaza y despega al espectador del espejo, designándole otro punto de mira que supera el plano imaginario para alcanzar el plano simbólico y, desde ahí, lo social. Este punto de mira procede de una construcción metafórica capaz de representar o, más exactamente, otorgar márgenes a ese resto impensable que nos constituye. Así, más allá de la sola denuncia del malestar operado por la metonimia estética, la metáfora artística inventa una forma, en cuyo cierre se produce obra sim- bólica. También el artista (plástico, músico o escritor) ocupa una verdadera función en la sociedad: aquella de expresar lo imposible de decir sobre nuestra aspiración fundamental que los sistemas de regulación social amenazan con recubrir al tratarla como una corriente necesidad de consumo. Se trata de resistir a la fascinación mor- tífera del espejo donde, en casi todas nuestras sociedades, ha sido, en lo sucesivo, ubicada la máquina. Se propondrá, en consecuencia, como conclusión: evitar quedarnos en las pre- guntas propias de la filosofía estética, provenientes de la trilogía artista/objeto/es- pectador, para avanzar en la idea de otra dinámica, aquella del “conjunto en movi- miento” constituido por el artista y un cierto número de “hombres sin atributos”, identificados los unos a los otros mediante una misma intención de expresión. Al artista y a los participantes les cabría hacer que su común preocupación, la cual pue- de implicar un proyecto político o bien un proyecto puramente estético, advenga a “hacer obra “ o, dicho de otro modo, supere el impacto real de estos registros para alcanzar, en el plano simbólico, un verdadero trabajo de metáfora. “Hacer obra” sig- nifica aquí pensar más en el mundo que en el público, sosteniendo la tentativa de in- ventar otras relaciones entre lo real y lo imaginario, en función de los cuales se cons- tituye aquello que llamamos nuestra realidad. Tal vez este sería el desplazamiento de las metas pulsionales que Freud le asignaba al trabajo de la cultura y que hace que los hombres se rebelen contra aquello que, hasta ahora, les resultaba insoportable.

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