Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
34 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento de esa nostalgia que nos constituye a la vez como sujeto y como socius . “Planteo lo siguiente: que un objeto pueda – señala Lacan en su seminario sobre La ética – cumplir esta función que le permite no evitar la Cosa como significante, sino representarla en tanto que este objeto es creado” 19 . Se trata, en el fondo, de una invitación a superar la estetización para atreverse, en el seno de una dinámica signi- ficante, a crear un objeto nuevo, un objeto metafórico que, dejando al observador sospechar el potencial de otros objetos posibles que él encierra, significa por ello mismo lo fuera-del-significado. Se podría decir, entonces, que si el objeto estético permanece en la repetición metonímica de un signo consustancial a la proyección de una imagen en espejo, el objeto artístico – o incluso la obra propiamente dicha – se arriesga al salto de la metáfora, así como a la firma de su culminación. En tal sentido, la función de la obra de arte sería permitir la posibilidad de metaforizar aquel resto irreductible a la socialización; posibilidad que, en todo caso, exige al artista asumir el riesgo de significar la consumación de su obra en el momento de su firma o por cualquier otro medio. La marca de la culminación consagra el trabajo como una obra; obra destinada a repetirse cada vez de manera diferente mediante el salto metafórico que jamás terminará de agotar su potencial de individuación o, en otros términos, su puesta en forma. Parece posible situar, en lo aquí denominado como el riesgo de la culminación, aquella diferencia a mantener entre el objeto ar- tístico y el objeto estético; este último, materia esencial del futuro objeto artístico, es no obstante un derivado de la identificación narcisista en virtud de la cual el espectador resulta convidado a un cara a cara especular, presidido por una repeti- ción metonímica de los mismos signos de seducción. El riesgo de este paso de un signo al otro, sin otra invención verdaderamente creadora de sentido, residiría en el develamiento, desde entonces hecho posible, de aquello que precisamente consti- tuye esos elementos de seducción, a saber, este famoso plus-de-goce gracias al cual, en ese momento, entraríamos en la perversión. Respecto de ello sólo evocaremos el aburrimiento que, por ejemplo, producen a la larga los escritos del Marqués de Sade, lo cual se deja interpretar como la denegación de nuestra propia implicación frontal 20 . 19 Ibid., 144. 20 De esto mismo pueden dar testimonio numerosos otros tipos de expresión, entre los cuales se cuen- tan desde ciertos escritos de los futuristas italianos o algunas performances de los accionistas viene- ses, hasta los actos terroristas en general, precisamente en el momento donde el paso-al-acto revela, más o menos al desnudo, la pulsión de destrucción. Recordemos a este respecto la manera en que, dentro de su abordaje del masoquismo moral, Freud insiste en la posible erotización de la pulsión de muerte. “Pero como, por otra parte, tiene el valor psíquico { Bedeutung } de un componente erótico, ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa.” Sigmund Freud, “El problema económico del masoquismo,” en Obras Completas de Sigmund Freud , vol. 19 (1924; Bue- nos Aires: Amorrortu, 1992), 176.
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