Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

24 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento de placer. Lo que hay que notar acá es que este objeto está desprovisto de su función, desplazado respecto de su uso corriente, y que es mediante esta estrategia de vacia- miento que la Cosa en este objeto es convocada 11 . Así, en la particularidad de la relación que la sublimación instala con la Cosa, volvemos a apreciar, desde otra clave, la disyunción entre este mecanismo y aquel de la represión. Mientras la represión tiende a ocultar lo real de la Cosa, la sublimación constituye una forma de presentificar la Cosa, pero sin hacerse destruir por ella. El objeto de la sublimación no coincide con la Cosa, pero no deja de aludir a esa dimensión imposible de ser representada. De esta forma, entendemos que la subli- mación, al trabajar con lo insignificable de la cultura de una forma no represiva, abre una dimensión social que permite incorporar la emergencia de una alteridad radical en el seno mismo de la cultura. Distancia y malestar. La operación subversiva de la sublimación Nuestro abordaje del intento freudiano por definir la sublimación contempló, fun- damentalmente, los mecanismos de transformación pulsional, donde las coordena- das corresponden a una dimensión temporal: la condición mínima necesaria para que exista la sublimación era el aplazamiento de la satisfacción sexual inmediata. Pero al situar la sublimación y, por ende, la comprensión de las artes visuales del lado del objeto y de la distancia con lo real, Lacan instala de lleno la discusión en el regis- tro del espacio. El modo en que Lacan, tan sólo unos pocos años después del semina- rio donde aborda inauguralmente la sublimación, examina el cuadro (el encuadre) como marco y condición de las artes visuales, otorga aún más precisamente un lugar central a esta cuestión: el espacio que se abre en la distancia entre el sujeto y la obra. Dicho de modo muy sintético, la función-cuadro posibilita un encuentro con lo real fundado sobre la inversión de la idea clásica de la aprehensión de la obra 12 . Lo que muestra Lacan es que, lejos de ser el sujeto aquel que ve la obra, el verdadero efecto de la segunda radica en que el primero es mirado por ella. Aquí, el sujeto no es puramente dueño de la representación visual que se forma del cuadro, pues se trata más bien de la exterioridad de la obra aguijoneando al sujeto (en un sentido cercano al punctum de Barthes 13 ). Sin embargo, este ser-atrapado por la obra no implica una objetivación total del sujeto. La función-cuadro apela al placer que se produce en el dejarse atrapar por el cuadro, en el momento en que la mirada de las cosas se depone. Hay ahí un efecto apaciguador. La relación con lo Real es acá entendida como un colador, como un ta- 11 Ibíd. 12 Jacques Lacan, El Seminario, Libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 1964 (1973; Buenos Aires: Paidós, 1987). 13 Roland Barthes, La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía (1980; Barcelona: Paidós, 1989).

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