Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

Escatología, cuerpo y lengua / Pablo Oyarzun R. – 161 La lengua estercólera Los cuerpos, en su mera, cambiante y siempre rebosante materialidad, mantienen una tenaz resistencia a la potencia articuladora, discriminadora, analítica del lengua- je. Toda palabra implica un juicio, una actividad de la inteligencia que busca ordenar lo que puebla o podría poblar el mundo. ¿Es susceptible de juicio el excremento? Pensemos en un accidente cotidiano: vamos por una vereda y, si tenemos suerte, notamos preventivamente una plasta en el camino; si no la tenemos, vamos a dar directo sobre ella con las desagradables consecuencias que ello tiene y que, como no es fácil deshacerse de aquello que las causa, están prestas a delatarnos donde quiera que vayamos. Pisamos la plasta y exclamamos (presumiblemente): “¡mierda!”. No es que nombremos la cosa indeseable en que hemos hundido el pie; si algo de nombre tiene la interjección, no podría más que suponerse que ella es el nombre genérico del accidente que interrumpe el curso de nuestras intenciones y burla los controles con que buscamos, precisamente, darles curso en el mundo. Hay una relación compleja entre el excremento y la palabra. No es improbable que Swift, fiel a la norma satírica fundamental según la cual lo de arriba es lo mismo que lo de abajo, haya tenido esto en cuenta. Lo tenía a propósito de la emisión de hálito que supone la palabra hablada. Esa emisión no se distingue sólo del flato, que también es desahogo de la zona superior, sino igualmente del pedo. El culto de los eolistas, inventado por Swift en el “Cuento de un tonel” 18 , proporciona los antece- dentes más abundantes al respecto: lo de los vientos sirve a la irrisión y al escarnio de la pretendida inspiración en virtud de la cual los fanáticos (en religión, política o filosofía) alegan tener un acceso privilegiado a verdades y misterios. Es lo que el narrador del “Cuento…” llama su “fenómeno de los vapores” 19 , los cuales, depen- diendo de una ventura meramente fisiológica, si van a lo alto o van a lo bajo, pueden provocar la conquista de un imperio o la formación de una fístula en el ano. Basado en esto, y considerando lo de la norma satírica y el talento de Swift para hallarle aplicaciones siempre nuevas y sorprendentes, muchas veces al borde de lo tolerable, no es difícil verse tentado de imaginar que Swift concebía una excrementalidad de la palabra misma y, por lo tanto, resolvía la complejidad de la relación en la igualación de hablar y evacuar. Pero, ¿qué implica hablar de literatura, de poesía escatológica? ¿Es “decir mier- da”, o sea, emplear un lenguaje escatológico, obsceno? Obsceno es algo que infringe de manera manifiesta y abusiva los usos públicos del discurso. ¿Cabe entender esta poesía bajo esos títulos? Posiblemente no, puesto que es mucho más alevosa. Se vale 18 Jonathan Swift, “A Tale of a Tub,” en The Works of the Rev. Jonathan Swift, D. D., Dean of St. Patrick’s, Dublin , vol. 2 (1704; London: J. Johnson and others, 1801), 71-206. 19 Ibíd., 166. [La traducción es nuestra]

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