Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

154 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento especulaciones de esta laya, y, a mi consulta, gustosamente hizo ensayo con cada uno de sus dedos, hundiéndolos en el ano de diversas personas de ambas naciones, y declaró que no podía hallar ninguna diferencia entre ellas parecida a la que alegan esas gentes mal dispuestas. Por el contrario, me aseguró que el mayor número de ca- vidades estrechas eran de origen hiberniano. Menciono esto sólo para mostrar cuán prestos están los jacobitas a echar mano de cualquier asidero para expresar su malicia contra el gobierno. Casi olvidaba añadir que mi amigo el médico podía distinguir, oliendo cada dedo, el excremento hiberniano del británico, y no estuvo equivocado en más de dos sobre cien experimentos, a propósito de lo cual se propone publicar muy pronto una erudita disertación 8 . En su texto de origen, este pasaje es notoriamente una digresión. El asunto de “exa- men” son los varios llamados que vocean los vendedores de toda laya de artículos en las calles de Dublín, y las inscripciones de los letreros, en todo lo cual el autor putativo, como whig convicto (y visiblemente paranoico), sospecha complots, cons- piraciones y asechanzas de los pérfidos jacobitas. Cualquiera que, no bien iniciado el trámite de la exposición, se topa con este detallado párrafo, tendrá la inevitable impresión de que se trata de un inserto caprichoso, motivado por el morbo y una incontenible inclinación a refocilarse en la inmundicia. Se entiende que si ya la des- cripción de la variedad de excrementos, con sus respectivas nacionalidades, es eno- josa –pero perfectamente admisible como chiste subido–, la pesquisa entre médica y etnográfica, consistente en hurgar los anos y catar las mierdas respectivas, resulta definitivamente extrema. Esta demasía, unida a la gratuidad del inserto, son causa necesaria y suficiente para la impresión aquella. Lo que a Swift le echaban en cara sus críticos tradicionales era una obcecada insistencia en todo lo que, en el ser humano, es detritus, sea moral o intelectual- mente, o en carne viva. No es tan difícil argumentar que esa insistencia es tributaria de una crítica de costumbres. En todo lo que atañe al escarnio del ser humano, que sólo parece acentuar de él lo mísero y repugnante, se puede barruntar un propósito moral. Después de todo, ¿no es esta la vocación de la sátira: la fustigación del vicio y la estupidez para correctivo de la humanidad? Sin embargo, esta moralización re- sulta sospechosa. Con toda seguridad, Swift tenía convicciones éticas que se reflejan en su obra, sobre todo si se piensa en los blancos que privilegiaba su sátira. Pero lo que en esa obra se lee, antes de cualquier prurito moral, es indignación, “salvaje indignación” ( saeva indignatio ), como él mismo quiso que quedara inscrito en su lápida de negro mármol, en memoria también de la espléndida frase de Juvenal ( facit 8 Jonathan Swift, “An Examination of certain Abuses, Corruptions, and Enormities, in the City of Du- blin. Written in the Year 1732,” en The Works of the Rev. Jonathan Swift, D. D., Dean of St. Patrick’s, Dublin , vol. 9 (1732; London: J. Johnson and others, 1801), 271-272. [La traducción es nuestra]

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