Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

El velo de lo irrepresentable / Francisco Sanfuentes – 139 como circunstancia distinta al momento de la escritura –de esta escritura – de la argu- mentación. Tiempo este de narración, el cual se constituye en su propia materialidad, gobernada por sus propios principios y reglas de interés, que podemos suponer son del todo diversos a nuestra experiencia del afuera. Los vasos comunicantes entre ambos momentos, aquel del acontecimiento y aquel de la reflexión, están necesariamente cru- zados y despellejados por el olvido. Hay algo que se nos va quedando atrás, y nuestro discurso no puede más que dar cuenta fragmentariamente de aquello que supimos y que palpamos en la unidad del acontecer. En general, una instancia expositiva aísla signos, los traduce a problemas, despliega contenidos, se estira, se extiende sobre la pizarra, mientras aquel muro sigue ahí, más atrás, siempre retirándose; ensimismado y latiendo en la simultaneidad de su dialéctica de anverso y reverso: nudo y umbral, donde todo está como presencia de la lejanía. Ahora mismo, cuando lo que se manifiesta y surge es este texto, a una distancia que ahora se me ocurre contar en kilómetros, aquel lugar, ese muro, está en un silencio constante de recogerse sobre sí mismo. Si desplegamos aquel acontecer, o emergencia, y lo vamos extendiendo en partes aisladas, no estaríamos hablando más que de problemas o aspectos separados. Se po- dría decir que toda afirmación carece de sentido y que no es más que su propia mate- rialidad si no está ligada en forma simultánea a todo el conjunto. Entonces, la apertura se ha cerrado. Desde cualquier calle podemos imaginar la calidez de un destello de luz que se asoma a la ventana como toda la calidez posible que no podemos experimentar sino en la distancia de aquel no poseer del deseo: “[l]a lámpara en la ventana es el ojo de la casa. En el reino de la imaginación la lámpara no se enciende jamás fuera” 14 . En efecto, el muro, el silencio de la calle, contenía un espacio ilimitado de silencio, una “vastedad” inaprehensible. Cuando Bachelard dice dejarse arrastrar por la embria- guez de las inversiones entre el sueño y la realidad, se le aparece y nos entrega esta imagen: “la casa lejana y su luz es para mí, ante mí, la casa que mira hacia fuera […]. Sí, hay alguien en la casa que vela, hay un hombre que trabaja allí mientras yo sueño, una existencia obstinada mientras yo persigo sueños fútiles. Sólo por su luz la casa es humana. Ve como un hombre. Es un ojo abierto a la noche” 15 . Pero aquí no hablo de una casa. Hablo de las ventanas que, a excepción de una, están tapiadas con madera y ladrillos. Estructuras selladas de lo que alguna vez fueron puertas y que sólo se vuelca como cerrazón hacia afuera y al vasto silencio del otro lado. “Nada sugiere como el silencio la sensación de espacios ilimitados” 16 . La casa no mira hacia afuera, no sabemos quién vela en su interior, no hay fisura ni intersticio que me 14 Bachelard, La poética , 50. 15 Ibíd. 16 Henri Basco, Malicroix , 1958, citado en Bachelard, La poética , 57.

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